La presencia de mujeres en las universidades fue históricamente una excepción. Sólo en el Siglo XX el ingreso femenino en las carreras universitarias comenzó a modificar significativamente el mapa de la graduación en educación superior, pero esta presencia, al igual que la participación femenina en el mundo del trabajo no doméstico, tuvo y sigue teniendo el sello de la desigualdad estructural de la sociedad patriarcal.
Las primeras áreas en las que las mujeres ingresamos a los estudios superiores fueron aquellas que se vinculaban con las tareas del cuidado, más fácilmente legitimadas por su proximidad con el rol social destinado al género femenino: la enseñanza y la atención de la salud.
Pese a que, en la actualidad, las mujeres logramos llegar a todas las áreas disciplinares y profesionales, sigue existiendo una segmentación horizontal del territorio en el que se inscriben las trayectorias académicas: las mujeres seguimos “eligiendo” mayoritariamente las carreras asociadas a las tareas del cuidado.
Y, cuando ingresamos en carreras en las que los varones son dominantes, continuamos especialidades “feminizadas”. Las abogadas se dedican más bien al derecho de familia que al derecho penal; las médicas suelen ser pediatras, y raramente cirujanas.
La minoría de mujeres que encontramos en estas áreas normalmente habrán atravesado situaciones muy difíciles de marginalización, maltrato, y exigencias extraordinarias para lograr que su capacidad sea reconocida.
Mérito parece, discriminación es
Por otra parte, incluso en las disciplinas en las que las graduadas superamos el 50%, encontramos un techo de cristal limitando nuestras posibilidades de llegar a posiciones de liderazgo en el mundo académico y profesional, dentro o fuera de las instituciones de educación superior, sea en el sector público o en el sector privado.
Si bien tener una calificación universitaria incrementa las posibilidades de obtener empleos mejor remunerados y en mejores condiciones, también es cierto que, a igual calificación, las mujeres seguimos teniendo posiciones desaventajadas en relación con los varones: la persistente brecha salarial es la prueba incontestable de esa desigualdad.
En las instituciones académicas, la presencia de mujeres es mayor en las categorías de menor jerarquía y en aquellas áreas en las que las condiciones de trabajo son más precarias, y disminuye notablemente en los cargos del gobierno universitario, o en la dirección de centros, laboratorios, cátedras o proyectos.
Debería llamarnos la atención cómo, en un medio que se representa como exclusivamente organizado en torno a criterios que premiarían con ecuanimidad las capacidades y el esfuerzo individual, con el fin de estimular la creatividad científica y el pensamiento crítico, operan numerosos y poderosos mecanismos de exclusión, discriminación y violencia.
La meritocracia es una ideología que ayuda a legitimar desigualdades. En la medida en que atribuye responsabilidades individuales por los resultados que premia, invisibiliza las condiciones estructurales que posibilitan o dificultan esos logros. Al omitir la desigualdad de posiciones y de recursos materiales y simbólicos con los que cada quien cuenta para desarrollar una actividad, la meritocracia premia a quienes sacan ventaja de la diferencia.
Esta observación, que vale también para analizar la reproducción de desigualdades socio-económicas en general, nos permite revisar la cuestión de género en el mundo académico bajo otra luz, y puede constituirse en el principio de una poderosa crítica de instituciones que, tras su apariencia liberal, ocultan y reproducen un profundo autoritarismo.
Igualdad de género, sindicalismo fuerte
¿Qué nos pasa a las mujeres en la universidad? En primer término, la responsabilidad doméstica y del cuidado sigue siendo considerada una tarea femenina. La decisión de delegar, negociar, o postergar es asumida como responsabilidad de las mujeres.
De este modo, su disponibilidad (de tiempo, de energías, de atención) para el desarrollo de ocupaciones demandantes y competitivas se ve limitada en una forma que los varones desconocen. En segundo lugar, los mecanismos de discriminación actúan más o menos silenciosamente, pero colocando siempre en las mujeres una permanente sospecha sobre sus reales capacidades.
Permanentemente sometidas a la prueba de un rendimiento superlativo, no pocas veces debemos demostrar que llegamos donde sea que lleguemos precisamente por nuestro desempeño académico, y no por el recurso a los poderes oscuros y sexuados de las “brujas” que siempre amenazamos ser.
La universidad se revela como un espacio en el que la creciente competitividad de las nuevas formas del trabajo académico se potencia con una estructura jerárquica tradicional meritocráticamente justificada, favoreciendo innumerables situaciones de abuso de poder, e incluso de violencia, que afectan especialmente a las mujeres.
En este contexto, la incorporación de la perspectiva de género en la agenda sindical es fundamental para combatir una forma inadmisible de desigualdad que debe ser concebida como una injusticia en las condiciones laborales, y constituye el punto de partida de una crítica de las formas de organización actual del trabajo académico que puede contribuir a una transformación democrática de la educación superior.
Ello requiere instalar una política de igualdad de género en los sindicatos. Incorporar en su dirigencia y en su base la comprensión de este problema, y desarrollar estrategias de intervención sindical: políticas de cuotas o paridad en la integración de los cuerpos colegiados del gobierno académico, criterios diferenciales en la evaluación académica, regímenes igualitarios de licencias, centros de cuidado infantil, protocolos institucionales para abordar las situaciones de violencia de género, etc..
Pero también es preciso fortalecer el liderazgo femenino y eliminar las formas de violencia y discriminación que silencian la voz de las mujeres en las propias organizaciones, que serán así más fuertes, más representativas, más democráticas, y más adecuadas para llevar adelante esta lucha.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.