El desaparecido estadista sudafricano de renombre mundial, y primer presidente del país elegido democráticamente, Nelson Mandela, dijo en una ocasión que “la educación es el arma más poderosa que se puede emplear para cambiar el mundo”. Como educadora, esas palabras me han servido de inspiración respecto a mi visión global de la profesión y mi propio papel para transformar la sociedad.
Sudáfrica sale de un pasado dividido, un pasado que condenó a la mayoría de sus ciudadanos a la ruptura de sus familias, con establecimientos como los “bantustanes” creados para disponer de una reserva de mano de obra barata, y leyes como la de agrupaciones por áreas ( Group Areas Act). En realidad, nuestro pasado nos ha legado una estructura familiar generalmente desarticulada y perjudicada. Durante décadas, y obligados por las circunstancias del desarrollo segregado, hombres y mujeres tuvieron que reunir sus pertenencias, dejar atrás sus familias y desplazarse a los centros urbanos, donde venderían barato su trabajo durante meses.
Hogares monoparentales, o lo que es peor con niños como cabeza de familia, se convirtieron en la norma, lo que en gran medida persiste hasta nuestros días. A ello hay que sumar el drástico cambio en la estructura de los hogares en Sudáfrica, al igual que en muchos oros países, como consecuencia de la epidemia del VIH-SIDA, según informa un artículo titulado “Hogares encabezados por niños en Sudáfrica: Lo que sabemos y lo que ignoramos”, publicado en el diario Development Southern Africa en septiembre de 2012.
Existe un consenso general, entre académicos, ONG, educadores y responsables políticos, entre otros, en el sentido de que una estructura familiar debilitada o perjudicada tendrá un impacto directo y adverso sobre el comportamiento de un estudiante en las aulas y en la sociedad. Podemos por tanto sin duda sacar la conclusión de que el incremento de la violencia de género en nuestras escuelas es consecuencia directa, entre otros factores, de una estructura familiar fracturada. En una era de fácil acceso a imágenes de violencia y que promueven la visión de mujeres y niñas como objetos, en particular en diversas plataformas como las redes sociales, una sólida estructura familiar capaz de inculcar valores positivos y éticos resulta absolutamente esencial.
Muy a menudo, las víctimas de violencia de género son niñas, mujeres y otros grupos vulnerables. El primer estudio exhaustivo sobre violencia contra la mujer, de la Organización Mundial de la Salud, fue publicado en 2013. Los niveles más elevados de violencia contra la mujer se registran en África, donde la mitad de la población femenina (45,6%), sufrirá violencia física o sexual en su vida.
La sociedad patriarcal en la que vivimos sigue considerando a mujeres y niñas como seres humanos inferiores. La cuestión que debemos plantearnos es ¿cuál debería ser nuestro papel, como trabajadores de la educación, para contribuir a terminar con la tiranía de la violencia de género en nuestras comunidades?
Igual que el desaparecido icono mundial, Nelson Mandela, yo también estoy convencida, en tanto que activista de género y de la educación y en tanto que sindicalista, de que sólo a través de la educación podremos cambiar la triste realidad actual. El tema del Congreso Mundial de la Internacional de la Educación de este año es “Educadores y sus sindicatos asumen el liderazgo”. Lo veo como un llamamiento enfático a una acción firme por parte de los educadores contra la violencia de género. En mi opinión, los educadores están bien situados porque pueden utilizar las aulas como escenario de esa lucha.
Y eso me lleva a mi siguiente punto: el papel de un sindicato progresista de trabajadores y trabajadoras de la educación para revertir la situación. Formo parte de la dirección nacional del South African Democratic Teachers’ Union, la mayor afiliada de la Internacional de la Educación en Sudáfrica que representa algo más del 70 % de todos los trabajadores del sector educativo en el país.
Considero que siendo un sindicato que representa a un número considerable del personal educativo a nivel nacional, nuestro deber es informar e influir en la política educativa y, por consiguiente, en el programa de estudios de manera que responda para combatir el azote que representa la violencia de género. La campaña contra la violencia de género requiere un cambio de paradigma, se trata de cómo nos vemos unos a otros como personas, se trata de percibir nuestra responsabilidad como individuos hacia la sociedad en su conjunto.
Lamentablemente nuestro sistema educativo, al igual que muchos otros en el mundo, se centra en “marcar la casilla” y en última instancia producir una mano de obra leal y obediente para servir los mercados. No incentiva los buenos valores éticos de la humanidad, lo que en nuestro país llamamos Ubuntu, que podría traducirse por “soy porque somos”.
Los trabajadores de la educación deben situarse en primera línea para impulsar la transformación necesaria de los programas de estudios, porque como docentes, no podemos permitirnos seguir siendo cómplices de un programa que afianza estereotipos de género que conducen a la violencia de género en lugar de hacer todo lo contrario. Tenemos la responsabilidad de apelar a los niños en nuestras aulas, que deberían saber y apreciar que las niñas y las mujeres no son seres inferiores, sino que deben ser tratadas con respeto.
Y, por último, como mujer líder en mi sindicato, un sindicato integrado casi en un 70 % por mujeres, considero que es mi responsabilidad inspirar particularmente a mis compañeras para que no se vean como víctimas permanentes de las injusticias de una sociedad inherentemente patriarcal, sino más bien como personas capaces de ser sus propias liberadoras. Deberían ocupar sin complejos el lugar que les corresponde por derecho en el sindicato y en la sociedad en general.
El blog forma parte de una serie especial dedicada a la celebración del Día Internacional de la Mujer 2019, la que resalta la perspectiva de género y la educación relacionados con los temas y subtemas del 8º Congreso Mundial de la IE, a realizarse en Bangkok, Tailandia, del 19 al 26 de julio de 2019.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.