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School at Kiryandongo refugee settlement, Uganda. GPE/Henry Bongyereirwe
School at Kiryandongo refugee settlement, Uganda. GPE/Henry Bongyereirwe

En contextos de desplazamiento, los gobiernos deben adoptar medidas para apoyar a un profesorado abrumado, subestimado y mal pagado

publicado 15 febrero 2023 actualizado 20 marzo 2024
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Trabajar como docente en una situación de emergencia es un reto, pero también puede ser muy gratificante. La oportunidad que tengo de influir positivamente en mi alumnado, de ver cómo un alumno o una alumna aprende, crece y se convierte en una buena persona, de poder formar parte de este proceso me produce una sensación maravillosa y me motiva para seguir adelante con mi trabajo. No obstante, también hay muchos retos que requieren una gran resiliencia para ser superados.

Soy una docente refugiada que trabaja en el asentamiento de refugiados de Palabek, en el distrito de Lamwo en Uganda. Originaria de Sudán del Sur, llegué a Uganda como refugiada en 1994 y me formé como maestra de educación primaria.

Como ocurre a un gran número de docentes en situaciones de emergencia, el salario que recibo no se corresponde con mi carga de trabajo y no es suficiente para cubrir los gastos básicos. El salario mensual de 120 USD no puede cubrir las necesidades de una familia y, lo que es peor, a menudo no se paga a tiempo.

La insuficiente financiación de la educación también queda en evidencia en nuestras aulas. Muchas de nuestras escuelas tienen una ratio de alumnos y alumnas por docente insostenible, que llega a ser de un o una docente por cada 200 estudiantes, y el material didáctico es difícil de conseguir. En estas circunstancias, por mucho que nos esforcemos cada día, es imposible atender a todo el alumnado, cumplir los objetivos de aprendizaje y garantizar una educación de calidad para todos y todas.

Al ser la única docente refugiada de mi escuela, mi carga de trabajo suele ser abrumadora. Se espera que me ocupe de cualquier cuestión (como de los problemas de comportamiento, la brecha lingüística o las diferencias culturales) y que ofrezca orientación y asesoramiento. Soy el primer contacto para gran parte de nuestro alumnado y, por mucho que me guste hacer este trabajo, apenas me queda tiempo para la docencia y acabo agotada y abrumada.

“A pesar de estas terribles condiciones, seguimos apoyando a nuestro alumnado porque sabemos que nuestro trabajo es fundamental para millones de niños y niñas de todo el mundo que se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad. Sin embargo, no podemos hacerlo solos.”

Además, suelo sentirme insegura en el entorno escolar. Las tensiones tribales son elevadas y afectan a nuestra comunidad escolar. Las familias que no pertenecen a la misma tribu que yo me acusan de discriminar a sus hijos e hijas. Por ejemplo, cuando uno de nuestros alumnos ocasionó algunos desperfectos en las instalaciones de la escuela, en la audiencia disciplinaria recomendé que pagara las reparaciones. Entonces, su familia me atacó y me acusó de discriminación porque éramos de tribus diferentes. La comunidad de personas refugiadas espera que defienda al alumnado refugiado, incluso cuando se equivoca.

Abordar los conflictos tribales como parte de mi labor docente también es peligroso. Una vez, mientras discutía las causas de los conflictos tribales con mi clase, los alumnos y las alumnas pusieron ejemplos de conflictos tribales en Uganda y yo mencioné conflictos similares en Sudán del Sur. Mencioné una tribu que secuestraba a niños y niñas en Sudán del Sur y, a pesar de ser un hecho bien conocido, las alumnas y los alumnos que pertenecían a esta tribu se encararon conmigo después de la clase para exigirme que no hablara de su tribu porque no formo parte de ella.

La situación se complica aún más debido a la precariedad de las instalaciones escolares, ya que disponemos de muy pocas aulas, no hay suficiente sombra y las instalaciones sanitarias son deficientes. Como las aulas están tan abarrotadas, el profesorado no puede desplazarse por ellas y ocuparse de todo el alumnado. Estas condiciones exponen a la comunidad educativa a factores de riesgo como enfermedades, infecciones, abusos sexuales y acoso.

Además de todos estos retos que hacen que la vida como docente refugiado sea bastante dura, el profesorado refugiado también siente que el sistema educativo no lo valora y está preocupado por su seguridad laboral. Todo el mundo da por sentado que el profesorado refugiado con titulación de Sudán del Sur no está suficientemente preparado. El profesorado refugiado tampoco puede acceder a las oportunidades que tienen sus compañeros y compañeras de Uganda, como por ejemplo proseguir sus estudios. Si no puede mejorar su formación, corre el riesgo de perder su puesto de trabajo.

A pesar de estas terribles condiciones, seguimos apoyando a nuestro alumnado porque sabemos que nuestro trabajo es fundamental para millones de niños y niñas de todo el mundo que se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad. Sin embargo, no podemos hacerlo solos. Los gobiernos deben intensificar sus esfuerzos e invertir en la educación y en el profesorado con fondos tanto nacionales como procedentes de la ayuda al desarrollo, para que podamos seguir dando a nuestro alumnado la esperanza y las herramientas que necesita para labrarse un futuro mejor para sí mismo y para sus comunidades.

Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.