Suele ser habitual distinguir las etapas de la vida estudiantil según su matriculación por cursos académicos o años. Dicho dato nos sirve de guía y nos ayuda en la planificación. No obstante, por culpa de la COVID-19, el año 2020 no se define por esos cuatro números sino por una circunstancia del año pasado. Para todo el mundo, y especialmente para el estudiantado, este año de la COVID-19 ha sido especialmente complejo.
En general, no estábamos preparados para funcionar según las reglas que dicta una pandemia; tampoco en nuestras universidades. A mediados de marzo, cuando las ciudades europeas tomaron medidas de confinamiento, la amplia mayoría de las universidades aplicaron sistemas de enseñanza a distancia de emergencia en cuestión de uno o dos días. Los estudiantes de universidades europeas se vieron inmersos en una realidad completamente nueva. Además, se dieron cuenta de que todo era incertidumbre en cuanto a cómo serían el semestre de otoño de 2020 y sus exámenes. Aún a día de hoy, ya en esa fecha, la situación cambia casi cada semana y, a veces, en unos pocos días.
El estudiantado internacional tuvo que hacer frente a restricciones para viajar a casa. Perdieron sus trabajos. En muchos casos, los caseros les echaron. Nadie sabía si podrían hacer los exámenes por internet en el caso de que tuvieran la suerte de conseguir billete para un vuelo de vuelta a casa.
Las ceremonias de graduación para el alumnado que terminaba estudios se cancelaron. No se pusieron en marcha políticas de ayuda para garantizar la GPA (puntuación media) del estudiantado, a pesar de que la calidad de sus trabajos de investigación y tesis podría verse afectada por el confinamiento y por otras restricciones. Experiencias de aprendizaje menos (o nada) interactivas, ausencia de plataformas de aprendizaje digital fáciles de usar, docentes, profesorado y alumnado sin los recursos digitales necesarios, falta de servicios de apoyo y relativos a la salud mental y, en algunos casos, entornos domésticos preocupantes y desestabilizadores. La incertidumbre y la inestabilidad pasaron a formar parte de la vida estudiantil.
En abril, el Sindicato de Estudiantes Europeo, en colaboración con el Instituto para el Desarrollo de la Educación en Croacia, presentó una encuesta para analizar la vida del estudiantado durante la pandemia de COVID-19. A pesar de que solo se pudo participar en ella durante 10 días, reunieron más de 17.000 respuestas procedentes de diferentes países europeos. Un breve repaso a los resultados nos ayuda a entender mejor la situación.
Más del 50 % de las personas encuestadas indicó que dedicaba más tiempo a estudiar que antes de que se suspendieran las clases presenciales. Un 65,7 % manifestó que le resulta más difícil concentrarse cuando la formación era virtual en lugar de presencial.
Solo un 21,6 % de las personas encuestadas afirmaron haber sido capaces de mantener el trabajo que compatibilizaban con los estudios. Algunos han perdido el empleo y otros no han conseguido uno. Además, un 36 % mostraron su preocupación por la idea de quedarse sin recursos para hacer frente a sus gastos del día a día. Un 42 % de este alumnado indicó estar preocupado por compaginar sus responsabilidades relacionadas con la atención a terceros con sus estudios.
Por otra parte, el 73,3 % declaró sentirse cansado, agotado y exhausto. Igualmente, el 58,6 % manifestó que se encontraba nervioso o con ansiedad.
Casi un 24 % de las personas encuestadas indicó tener problemas para acceder a una conexión a internet de calidad mientras que el 28,8 % no estaba contento con la organización de su formación práctica y el 26,1 % opinaba lo mismo sobre las clases teóricas.
Sin embargo, más allá de estas respuestas preocupantes, también se observa que el alumnado tiene la esperanza de conseguir oportunidades y un futuro mejor, y que está luchando para lograrlo. De hecho, un 64,1 % estaban convencidos de que, a pesar de lo que les cuesta, consiguen aprender. Además, un 63,1 % considera que pueden terminar sus tareas de clase si no desisten en su empeño.
Por otra parte, numerosas universidades y docentes han desarrollado iniciativas digitales para hacer la vida más fácil a sus estudiantes durante el confinamiento. Por ejemplo, la Universidad de Maastricht (UM) lanzó un proyecto de crowdfunding para apoyar al estudiantado de la UM con necesidades económicas. La Universidad de Cambridge también ofreció acceso gratuito a más de 700 libros de texto y publicaciones de investigación. Docenas de universidades liberaron parte de sus contenidos en formato MOOC (curso online masivo y abierto).
Determinadas instituciones consiguieron seguir adelante con plataformas digitales interactivas y fáciles de usar por parte del estudiantado, integrar nuevas herramientas y enfoques en el aprendizaje y la enseñanza, transformar los servicios de apoyo y ayudar al alumnado cuando hiciera falta. Nuestra responsabilidad común consiste en asegurarnos de que todos puedan disfrutar de las mismas oportunidades.
En resumen, la respuesta de las universidades ante la COVID-19 se convirtió en un experimento con cambios radicales en el proceso de aprendizaje, así como en una oportunidad para entender que pueden y deberían ser ágiles y flexibles. Fue una prueba de que la oposición a la integración de las tecnologías digitales y a la rápida transformación en nuevos enfoques innovadores es injustificada. Fuimos testigos del potencial transformador de las universidades de toda Europa; asegurémonos entonces de que, al aprovechar este potencial en medio de la incertidumbre, fomentemos el cambio hacia experiencias de aprendizaje equitativas, inclusivas y de calidad para el estudiantado del año COVID-19.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.