¡Cómo pueden llegar a cambiar las cosas en cuestión de un año! Si el 8 de marzo de 2020 alguien me hubiera dicho que las noticias y mi vida personal estarían centradas durante un año en el uso de las mascarillas, la higiene de manos, el distanciamiento social y las vacunas, me habría costado mucho creerlo. No cabe duda de que la pandemia del coronavirus ha tenido un impacto visceral en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, pero sus repercusiones han ido mucho más allá de nuestra experiencia personal.
Conforme nos vamos acercando al Día Internacional de la Mujer 2021, se ha ido poniendo claramente de manifiesto el coste de la considerable brecha de género que sigue existiendo a escala mundial. Hemos visto con qué rapidez pueden reafirmarse las mentalidades tradicionales en lo que respecta al papel de la mujer. Los avances hacia la igualdad que tanto esfuerzo exigieron son más frágiles de lo que pensábamos. Las crisis económicas y sociales provocadas por la pandemia se han producido en un contexto de inminente emergencia climática y de irrupción de movimientos políticos de extrema derecha que perciben el derecho legítimo de las mujeres a la igualdad como una amenaza.
Aun así, de las crisis y la inestabilidad surge la oportunidad de asumir un compromiso renovado para lograr un futuro equitativo para las mujeres y las niñas en el mundo posterior a la pandemia. El liderazgo de las mujeres orientado a ese futuro es una condición esencial para avanzar.
Los sindicatos de la educación representan a un colectivo de trabajadores y trabajadoras para quienes la búsqueda de la igualdad de las mujeres es también prioritaria. Las mujeres constituyen, en todo el planeta, una mayoría sustancial dentro del conjunto de los trabajadores de la educación. La provisión de una educación universal, gratuita, inclusiva y de calidad es una condición esencial para avanzar hacia la igualdad de las mujeres y las niñas. Por lo tanto, estamos bien posicionadas para responder a las repercusiones de la pandemia y proporcionar un liderazgo auténtico porque, como mujeres, hemos experimentado y compartido esas repercusiones.
Los efectos adversos de la pandemia no han sido pocos, sobre todo para las mujeres. Según ONU Mujeres, aunque estas representan el 39 % de las personas que trabajan en todo el mundo, ellas han sufrido el 54 % de la pérdida de empleo. El 70 % del personal de asistencia sanitaria y servicios sociales son mujeres. El cierre de las escuelas y los centros de enseñanza superior ha afectado de lleno al personal de apoyo educativo, al personal educativo de la primera infancia y a las mujeres del sector de la enseñanza superior.
Al mismo tiempo, muchos docentes y académicos han tenido que acostumbrarse rápidamente a trabajar desde casa y a dar clase en línea. Al adaptar la enseñanza y tener que dedicar más tiempo a formarse para trabajar en línea, la carga de trabajo se ha multiplicado. Esta tendencia se ha prolongado tras la reapertura de las escuelas, junto con una profunda preocupación acerca de la seguridad.
La pandemia ha puesto en grave peligro los progresos alcanzados en la consecución de una educación universal, gratuita y de calidad para las niñas. Ciertamente, preocupa que, en determinadas regiones del planeta, las niñas abandonen la escuela y se vean obligadas a realizar tareas domésticas o a dedicarse a la compraventa a pequeña escala para mantener a sus familias, especialmente en las zonas rurales donde la enseñanza a distancia es inaccesible. Puede que millones de niñas no vuelvan nunca a la escuela.
A pesar de los avances para alcanzar un reparto más justo del trabajo de cuidados no remunerado, la proporción de mujeres que realizan este tipo de trabajo ha aumentado de forma desproporcionada durante la pandemia. El aislamiento de las familias en casa a raíz del distanciamiento social y del confinamiento ha propiciado un aumento de los niveles de violencia contra las mujeres y los niños y niñas.
No obstante, también se han dado ciertos avances que merecen ser aplaudidos. Los Gobiernos han empezado a prestar atención al hecho de que los trabajadores y las trabajadoras en régimen de prestación de servicios esenciales sean predominantemente mujeres. Han llegado a reconocer el papel fundamental que los trabajadores y las trabajadoras de la educación desempeñan en sus comunidades. En Argentina, Cabo Verde y muchos otros países, las mujeres y sus sindicatos han defendido con valentía los derechos humanos de las mujeres.
Por primera vez en su historia, Estados Unidos ha elegido a una mujer de color, Kamala Harris, para ocupar la vicepresidencia del país. A través de las redes de mujeres en África de la Internacional de la Educación, multitud de mujeres docentes y sindicalistas han recibido formación sobre el uso de plataformas en línea. A medida que las organizaciones afiliadas a la IE han migrado a los eventos en línea, la participación de las mujeres ha aumentado porque las reuniones sindicales, en cierto modo, se han dirigido a ellas.
Las mujeres tienen los conocimientos, la experiencia y la voluntad para participar en la dirección de sus sindicatos y en la dirección de acciones por el cambio. Al plantearnos lo que hay que hacer en un mundo transformado por la pandemia, la reafirmación de nuestro compromiso con la igualdad de las mujeres debe empezar en casa, en nuestros propios sindicatos.
La capacidad de las mujeres para ejercer el liderazgo en sus sindicatos no se va a materializar por sí sola. Los sindicatos han de desarrollar en su seno la infraestructura para el liderazgo y la igualdad de las mujeres. Afortunadamente, hay muchas maneras de hacerlo.
Los comités y las redes de mujeres sacan a la luz los problemas y proporcionan un excelente terreno de formación para el liderazgo. Con el apoyo de una financiación específica, los programas concertados para las mujeres de desarrollo del liderazgo a largo plazo pueden ser importantes agentes de transformación.
Los sindicatos deben poner fin al acoso y la violencia. Para que las mujeres puedan acceder a los más altos cargos de liderazgo, los sindicatos deben hacer algo más que confiar en una coincidencia esperanzadora. Los procesos electorales se vuelven equitativos cuando se eliminan los obstáculos sistémicos a la participación y el éxito de las mujeres.
Los sindicatos deben preguntarse: ¿cómo podemos crear las condiciones para que las mujeres lideren? ¿Cómo podemos asegurarnos de que el liderazgo de las mujeres sea sostenible? Las cuotas de género tienen un historial probado de éxito. Hay que cuestionar y desmontar las suposiciones y los prejuicios profundamente arraigados sobre las mujeres. Esta labor requiere tiempo, pero, más aún, un compromiso renovado.
Pese a los contratiempos con los que nos hemos topado durante la pandemia, las mujeres tenemos motivos para confiar en que podemos lograr un futuro equitativo para las mujeres y las niñas. Lo fundamental es adoptar un enfoque a largo plazo, identificar objetivos, establecer un plan para avanzar y seguir trabajando.
Una de mis citas favoritas, del Dr. Martin Luther King, Jr., resume de la siguiente manera el proceso para hacer avanzar los movimientos: “Da el primer paso con fe. No tienes que ver toda la escalera. Solo da el primer paso”. Debemos tener una intención clara y seguir dando pasos, grandes o pequeños, atrevidos o modestos, ordinarios o visionarios: todos ellos ayudan a ascender por la escalera de la igualdad de las mujeres.
Soy muy consciente de que, para muchas de ellas, el mero hecho de enseñar, de dirigir una escuela o de liderar un sindicato pone en grave peligro su vida. Me conmueve su valentía y la profundidad de su compromiso.
Mientras nosotras, las educadoras, y, de hecho, todos los educadores, miembros de la Internacional de la Educación, reiteramos nuestro compromiso con la lucha por la igualdad de las mujeres, sigamos apoyándonos e inspirándonos mutuamente. Trabajemos juntos para forjar el camino a seguir.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.