La COVID-19 lo ha cambiado todo. Nos guste o no, el mundo se encuentra al comienzo de un cambio inédito en la historia hacia nuevas formas de ser, pensar y hacer. El profesional internacional de la educación tendrá que actuar con todo su ingenio y experiencia ante este desafío sin precedentes.
“El pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad” es una frase que nos legó Romain Rolland. Parece especialmente acertada en estos momentos tan difíciles. Aunque son demasiados los dirigentes que han titubeado ante la amenaza de la COVID-19 y la han trivializado, el virus se está propagando a la velocidad del rayo por todo el planeta, y miles de personas pagarán tamaña estupidez con sus vidas. Es el momento de replantear completamente el modo en que educamos visto este histórico fracaso de liderazgo mundial.
En un mundo justo y racional, todos valorarían uno de los mayores logros del siglo XX, que fue la creación de escuelas públicas para enseñar a millones de niños de todo el mundo competencias esenciales para la vida que les permitieran convertirse en ciudadanos productivos. La condición humana ha mejorado de manera sorprendente debido al trabajo, a menudo no reconocido, de los educadores, que ha permitido ampliar la esperanza de vida y mejorar las condiciones de vida en casi todos los países en las últimas décadas. Aun así, este progreso siempre ha sido frágil. En muchos casos, las desigualdades no solo han persistido, sino que se han agravado. Incluso antes de la COVID-19, el cambio climático amenazaba con debilitarlo todo. Los públicos sensibles buscaron la salvación en la figura de demagogos, y estos no tardaron en traicionarlos.
Como educadores, no todo está en nuestra mano, pero sí podemos mantenernos alerta ante qué acontece, cómo hemos llegado a la situación en la que nos encontramos, y qué debemos hacer a continuación. Estos son tres cambios estratégicos en los que todos podemos participar para que nuestras escuelas prosperen:
- Dejar de marginar a las ciencias y los estudios sociales y de referirnos exclusivamente a la lectura y las matemáticas como los “conocimientos básicos”. Los modelos de examen que han propugnado la alfabetización y la aritmética como las asignaturas esenciales y todo lo demás como secundario y prescindible siempre han carecido de la más mínima integridad. Ahora que vemos claramente los efectos de la ignorancia científica y de la falta de una participación cívica básica, ha llegado el momento de enterrar el antiguo paradigma negativo reduccionista respecto de los planes de estudio de una vez por todas.
- Dejar de fingir que el nacionalismo y la intolerancia van a salvarnos y redoblar los esfuerzos para mejorar la condición humana de todas las personas, desde las zonas marginales del mundo desarrollado hasta las favelas en dificultades del hemisferio sur. Los dirigentes populistas, desde los Estados Unidos de América hasta Filipinas, y desde Brasil hasta el Reino Unido, se han aprovechado de nuestros temores y resentimientos mutuos para construir muros y para difundir el miedo y la desconfianza. Los planes de estudio de nuestras escuelas deben contrarrestar este reinado de falacias y falsedades, y enseñar a los estudiantes de todo el mundo a tender puentes de firme solidaridad internacional entre los pueblos.
- Dejar de venerar a la tecnología y crear la dosis justa de oportunidades en línea y en vivo. Las empresas con fines de lucro salivan ante la oportunidad de amasar grandes beneficios cuando las escuelas cierran y aparece la preocupación entre padres y madres de que sus hijos descuiden su aprendizaje. Los temores de los padres y madres son comprensibles, pero la panacea propuesta de convertir cada hogar en un mundo maravilloso de juguetes tecnológicos dejará pasar la valiosa oportunidad de reflexionar sobre las ramificaciones más profundas de la COVID-19 y de entender nuestros destinos compartidos dentro de la comunidad humana. Ayudemos a nuestros estudiantes a aprender los unos de los otros y a entenderse mutuamente, no solo en línea, sino también en vivo. La vida no se limita a una brillante pantalla bidimensional.
“El pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad” significa que nos enfrentemos con valentía a la magnitud de la COVID-19 y nos armemos del coraje y la disciplina necesarios para superar esta crisis. No se ha perdido todo, y aún podemos lograr muchas cosas. No hay que esperar ni desear volver a lo que solíamos llamar la vida cotidiana normal. Podemos, y debemos, lograr algo mucho mejor.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.