En medio del caos provocado por la pandemia surgen dos perspectivas críticas. En primer lugar, este trastorno ha sacado a la luz desigualdades que ya existían. Además, la crisis es el telón de fondo de un curso acelerado sobre filosofía moral: todos debemos tomar decisiones complicadas, ya que hay soluciones que benefician a algunos pero pueden perjudicar gravemente a otros. Ambas perspectivas presentan una gran importancia en el ámbito de la educación.
Los gobiernos de todo el mundo han respondido a estas nuevas circunstancias con vehemencia. Sin embargo, los sistemas educativos, a los que ya de por sí les cuesta ocuparse de los colectivos desfavorecidos en circunstancias normales, observan cada vez con mayor frecuencia las deficiencias de los diversos modelos de aprendizaje a distancia que se han puesto en marcha a toda prisa. La falta de contacto con los estudiantes impide a los docentes recurrir a varias de las herramientas fundamentales con las que suelen contar para compensar las desventajas de los alumnos excluidos.
El Informe GEM 2020 sobre inclusión y educación, cuya publicación está prevista para el 23 de junio, refleja que numerosos niños se enfrentaban a la discriminación y la alienación en la educación incluso antes de la pandemia. Estas desventajas han aumentado significativamente: los estudiantes sin recursos no disponen de conexión para acceder a los sistemas de educación a distancia en igualdad de condiciones, y en sus hogares tampoco encuentran el entorno apropiado para el estudio. A pesar de que existen muchos ejemplos de esfuerzos heroicos para superar estos obstáculos, cargar a los docentes con la responsabilidad de la búsqueda de soluciones resulta desproporcionado e injusto. Ante la perspectiva de cierres escolares prolongados, ahora debemos centrarnos más en asegurarnos de que las personas excluidas no se queden atrás. No hay que olvidar que existen docentes que trabajan a distancia con una inmensa dificultad.
El aprendizaje por internet solo sirve para quienes no necesitan un apoyo personalizado, y se consigue con docentes formados para ofrecerlo. Como explica este docente de Francia en su mensaje al ministro de Educación de su país, los docentes no se sienten cómodos con la implantación de nuevas pedagogías diseñadas exclusivamente para los alumnos con mayores privilegios. Por ejemplo, los niños con dificultades de aprendizaje no serán capaces de trabajar de forma autónoma frente a la pantalla de un ordenador. A muchos les desconcertará la falta de esa rutina que ofrecen los centros escolares y las sesiones de terapia que reciben en ese entorno. Es el momento de replantearse tanto las expectativas como los métodos para garantizar que los estudiantes que sufren una mayor marginación no salgan perdiendo en esta situación.
Hay docentes que están trabajando para garantizar la enseñanza a estudiantes con discapacidad, por ejemplo, enseñando Braille a través de videoconferencia. Pero estamos ante la excepción y no la norma y, en todo caso, no es sostenible. La formación se está ampliando a una escala inmensa en algunos países, pero, a pesar de ser enormemente reactivas, iniciativas como la de convertirse en tutor por internet en 24 horas, promovida por los Emiratos Árabes Unidos, no serán suficientes para que estos docentes consigan llegar a las familias marginadas.
Aunque en momentos excepcionales se requieren medidas que así lo sean, y con la seguridad de que surgirán contratiempos y se cometerán errores por el camino, se han dado situaciones más preocupantes para los estudiantes excluidos. En Estados Unidos, por ejemplo, en lugar de ofrecer nuevas soluciones para acortar estas desigualdades, se está planteando anular determinadas secciones de la Ley para la Educación de Personas con Discapacidades, una normativa de ámbito federal cuyo cumplimiento se considera imposible mientras dure la pandemia. Los servicios de asistencia y formación para personas con necesidades especiales se limitaron en China y se suspendieron en Argentina.
El personal de apoyo educativo y los voluntarios de las comunidades serán vitales durante esta interrupción educativa para garantizar que no nos olvidemos de la seguridad y las necesidades de aprendizaje de los estudiantes más marginados. Algunos consideran que la atención que proporcionan a los niños con discapacidad constituye una infraestructura clave(un servicio vital más) que debería protegerse ante todo. Enviar correos electrónicos con enlaces y archivos adjuntos no es suficiente para los alumnos cuyas familias pasan por dificultades socioeconómicas. Debe establecerse un contacto directo en la máxima medida posible en una situación de distanciamiento social. La UNESCO va más allá al recomendar como deseable «el hecho de mantener unas opciones mínimas de aprendizaje en el aula para pequeños grupos de alumnos con necesidades de aprendizaje especiales».
El coronavirus ha puesto de manifiesto la cruda realidad que muchos de los que trabajamos en la investigación sobre educación llevamos años intentando solucionar: los cimientos de los sistemas educativos suelen ser poco estables, pues están diseñados para un solo «tipo» de estudiante y, a menudo, la consecuencia es que muchos alumnos no encuentren su sitio en el centro escolar. Esta situación convulsa que ahora vivimos ha levantado el velo de la desigualdad de nuestras sociedades y, por consiguiente, de nuestros sistemas educativos. Aunque nos llena de esperanza pensar que las piezas del rompecabezas pueden encajar en una formación más inclusiva una vez superada esta crisis, este hecho no pone fin a las desigualdades atroces en cuanto a oportunidades de aprendizaje que observamos a día de hoy. Es fundamental incluir a los docentes y al personal de apoyo educativo en los debates sobre cómo mejorar las políticas que se redacten y, en particular, sobre cómo volver a las aulas con el menor trastorno posible cuando sea el momento de hacerlo.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.