¿Podríamos dejar por fin de lado la noción del “techo de cristal”? Yo ya lo he hecho.
En lugar de medir el progreso económico de las mujeres en función de los perjuicios que algunas de nuestras compañeras ocasionan al límite superior de la barrera de la equidad de género, utilicemos una metáfora más precisa que la que evoca la imagen de un ascensor lleno de mujeres que nunca llega al último piso.
Yo opto por el término “laberinto”, utilizado por una profesora universitaria estadounidense, la Dra. Alice Eagly, autora de un libro titulado Through the Labyrinth: The Truth about how Women Become Leaders (A través del laberinto: la verdad sobre cómo las mujeres se convierten en líderes).
En una entrevista, la Dra. Eagly describió el laberinto como una “serie de obstáculos que las mujeres se van encontrando continuamente en su camino”. Los laberintos, según el artículo, “empiezan al principio de la carrera de una mujer. Las mujeres creen que entran en un jardín y que todo será lineal, una línea recta hacia el éxito. Pero el laberinto empieza a formarse con cada obstáculo que se interpone en su camino. Sus retos son variados y continuos”.
En mi propio camino hasta convertirme en la primera mujer secretaria federal del Sindicato Nacional de Docentes de Australia (AEU, por sus siglas en inglés) y en presidenta de la Internacional de la Educación, los obstáculos y los callejones sin salida que encontré eran los mismos con los que estaban familiarizadas las educadoras de mi época. Como profesora de matemáticas, descubrí que existían normas no escritas que daban preferencia a los docentes varones para ocupar los cargos de responsabilidad. Por ejemplo, cuando un determinado puesto para el que yo estaba inequívocamente cualificada quedaba vacante, lo primero que me preguntaba el entrevistador era si tenía la intención de tener hijos/as. El mensaje era claro y recurrente: “No vamos a perder el tiempo con usted ofreciéndole un cargo si piensa tener familia”.
Desde esa época, se han producido cambios significativos, pero el laberinto sigue siendo conocido por un gran número de mujeres docentes de las aulas de todo el mundo. No basta con dar un par de martillazos para derribar los obstáculos que les impiden alcanzar la excelencia en sus vidas y en sus lugares de trabajo. Al contrario, se encuentran en un laberinto sistémico, crónicamente infrafinanciado, dotado personal insuficiente y subvalorado, en el que los recursos se desvían y se deniegan, y en el que la violencia es una amenaza constante, especialmente para las niñas. En algunos sistemas, las docentes no pueden recibir su sueldo de forma fiable, sus escuelas no disponen de pupitres ni de libros, ni tan siquiera de agua corriente.
Así que improvisan y se movilizan. Organizadas a través de sus sindicatos, afrontan los retos que se les presentan en sus escuelas, en sus comunidades y en sus países. Juntas, están abriendo nuevos caminos, convirtiéndose en una de las grandes fuerzas progresistas de resistencia y cambio de nuestra era.
La “apertura de nuevos caminos” es un concepto claro y extendido que conduce a la solución de los problemas que afectan a la promoción de las mujeres en todo el mundo. La legendaria feminista, política y educadora canadiense Rosemary Brown lo explicó de forma sencilla cuando dijo: “Debemos abrir las puertas y asegurarnos de que permanezcan abiertas para que otras puedan pasar”.
Esto es fundamental. Todas debemos ser mentoras y fervientes defensoras de las oportunidades. Tengo un muy grato recuerdo de mis mentoras: mujeres que influyeron en mi carrera, que cambiaron mi vida y se unieron a nosotras para cambiar nuestro sindicato. Sin embargo, el laberinto no puede dominarse solamente manteniendo las puertas abiertas. Hace falta llevar a cabo una movilización que ponga el foco de atención en las políticas, las leyes y los procedimientos retrógrados, así como en las costumbres tóxicas que desafían las manifestaciones individuales del coraje personal.
Los sistemas y las prácticas que impiden el progreso de las mujeres y las niñas deben calificarse sin ambages como obstáculos para el progreso de las sociedades y las naciones.
Es una cuestión de vida o muerte. Como australiana, sigo de cerca las noticias sobre el cambio climático y sobre el hecho de que ya no existe un techo fiable en las estadísticas relativas a fenómenos como el “verano más caluroso”, la “estación más lluviosa” o los “vientos más feroces”. Mientras los recursos naturales de mi propio país se están degradando y están siendo destruidos por la inacción, en otros lugares este desastre se encuentra en un estado aún más avanzado, y el peso recae especialmente sobre las mujeres.
Las Naciones Unidas estiman que el 80% de las personas desplazadas a causa del cambio climático son mujeres. ¿Cuál es la razón? Su papel como principales cuidadoras y proveedoras de alimentos y combustible hace que sean más vulnerables cuando se producen inundaciones y sequías. Los estudios demuestran que las mujeres son más propensas a caer en la pobreza y a tener menos poder socioeconómico que los hombres, lo que hace más difícil su recuperación en caso de catástrofe, reduce su esperanza de vida en mayor medida que la de los hombres y hace sean asesinadas en mayor proporción y a una edad más temprana. A pesar del efecto desproporcionado que tiene sobre las mujeres, la formulación de políticas en materia de cambio climático es un ámbito decididamente masculino, ya que la representación media de las mujeres en los órganos nacionales y mundiales de negociación sobre el clima es inferior al 30%.
Laberinto, techo o puertas cerradas, las soluciones a estas flagrantes desigualdades y ofensas de género solo pueden provenir de un liderazgo ejercido desde la base; un compromiso personal, sí, pero con la comprensión del vínculo intrínseco que existe entre fraternidad y progreso humano y la voluntad de unirse a otras personas, de organizarse y movilizarse. Y, lo que es aún más importante, del ejercer el poder.
La igualdad de género, que forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, solo cobra sentido en la perspectiva de un futuro seguro, de una auténtica sostenibilidad, si hacemos realidad la parte fundamental del Objetivo, su segunda frase: “empoderar a todas las mujeres y las niñas”.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.