Durante los últimos diez años, el Colegio de Profesores de Chile (CPC) ha llevado adelante un proyecto denominado Movimiento Pedagógico, un tipo exclusivo de proyecto de investigación de sindicatos de docentes.
Lo llaman movimiento porque no se trata simplemente de personas que investigan su propia situación, sino que son equipos de docentes los que en cada región han investigado temas diversos, tales como una manera colectiva de reflexionar sobre aspectos de la educación, reactivar la sociedad civil y reafirmar los derechos tras años de dictadura. Trabajan en el país que fue cuna experimental de las ideas neoliberales. En la década de 1970, Milton Friedman y sus amigos de la Facultad de Económicas de Chicago aconsejaron al dictador Augusto Pinochet que privatizara las escuelas, los servicios, la industria e incluso las pensiones. Algunos investigadores del Movimiento Pedagógico han examinado el impacto de estas políticas en la educación. A pesar de que el poder formal de la dictadura se ha difuminado, la historia sigue muy viva en Chile. Viajé hasta Santiago para conmemorar el décimo aniversario del Movimiento Pedagógico con los miembros del CPC y otros representantes de las organizaciones que lo han financiado, entre ellas la IE y organizaciones afiliadas de Canadá, Francia y Suecia. En nuestro segundo día de estancia visitamos el nuevo Museo de la Memoria, que pretende mantener viva la memoria del golpe de estado de 1973 que derrocó al presidente electo, Salvador Allende, y dio inicio a los años de represión. Explora además las violaciones de derechos humanos en otros países. El museo había sido inaugurado apenas un par de días antes por Michelle Bachelet. La propia Presidenta fue detenida, torturada y obligada a exiliarse durante la dictadura. Su padre, un mando militar, murió de un paro cardiaco a causa de las torturas sufridas durante su detención por apoyar al Presidente Allende en lugar de respaldar el golpe militar. El Museo de la Memoria proyecta una emotiva película en múltiples pantallas. Aviones militares despegan y bombardean posteriormente el palacio presidencial. Más tarde, se escucha a Allende en lo que él sabe será su última comunicación por radio con el pueblo. Recuerdo estar escuchando una entrevista en la radio emitida desde el palacio presidencial cuando lo estaban atacando. Mis recuerdos de esa transmisión, el 11 de septiembre de 1973, son tan fuertes como los de las imágenes en televisión de las Torres Gemelas otro 11 de septiembre. Justo antes de que el Ejército tomara el palacio presidencial, Allende fue asesinado. La versión oficial es que se suicidó para no ser capturado, torturado y enviado al exilio. Cualquiera se hace una idea de lo que le podía haber esperado en una esquina del museo, donde se puede observar un somier metálico y una caja de madera al lado, de la que salen algunos cables. Los detenidos eran atados a la cama y se les atravesaba con corriente, haciendo sacudir todas las zonas del cuerpo que entraban en contacto con el metal a través del somier. Los docentes chilenos con los que estábamos resultaron claramente afectados por la visita al museo y más tarde nos hablaron sobre la importancia de recordar para que una injusticia como aquella nunca vuelva a suceder. Sin embargo, mi pensamiento retrocede apenas cinco meses, cuando estuve en Honduras. Al igual que en Chile, los que se opusieron al golpe de estado, entre ellos muchos docentes, fueron asesinados, desaparecieron o fueron detenidos. Muchos latinoamericanos temen que haya otra ronda de golpes de estado y de gobiernos militares que dominen la región, no solamente en Chile. El Museo de la Memoria pretende ser una especie de inoculación para que Chile no retome de nuevo ese camino. No obstante, el 17 de enero se eligió a un candidato de derechas a la presidencia con más del 50% de los votos. Los informativos chilenos mostraron en televisión imágenes de sus seguidores celebrándolo. No coreaban el nombre del nuevo presidente, Sebastián Pinera, sino que gritaban: “¡Pinochet!”. No todos quieren recordar lo mismo. Por Larry Kuehn.