El trabajo del profesorado es una suerte de contradicción. Los Gobiernos, quienes formulan las políticas, el personal educativo y los padres y las madres no suelen dudar un instante en señalar la importancia de la educación para la juventud, y eso pone de relieve necesariamente el valor del profesorado. Aun así, al mismo tiempo, en muchos países de todo el mundo, la profesión de la docencia a menudo se ridiculiza.
A veces, se califica como el “mero hecho de cuidar a niños y niñas”. Otras críticas apuntan a que es una profesión fácil y muy bien remunerada entre cuyas ventajas figuran vacaciones largas y ninguna rendición de cuentas. Otras veces, estos ataques son a título personal: se acusa al propio profesorado de ser menos inteligente, o apático, o un fracaso en el resto de oficios, tal como reza el dicho, “quien sabe, hace, y quien no sabe, enseña”.
Todo esto ocurre en un contexto en el que se le exige al profesorado y a los sistemas educativos hacer más y más para abordar las preocupaciones acerca de la sociedad.
El personal docente de muchos países desempeña actualmente muchas tareas que no se limitan a enseñar el plan de estudios. Debe educar a la gente joven sobre materias tan diversas como el consentimiento y la privacidad, la ciudadanía digital y la seguridad vial. Cada vez más, se espera que el profesorado cuestione la información errónea y la desinformación en las aulas y se enfrente a ellas. En algunos casos, el personal docente tiene que abordar el racismo y los prejuicios, todo ello mientras la propia profesión a menudo es objeto de menosprecio y críticas por ser “demasiado consciente”, “demasiado liberal” o “demasiado ineficaz”.
Estos ataques a la educación y sus profesionales ilustran un aspecto que tiene una importancia vital, pese a que suele pasarse por alto. El profesorado y la educación que este imparte son esenciales para el funcionamiento de las naciones democráticas. Por eso se producen ataques sostenidos contra el personal educativo en los países donde la democracia está en peligro. De ahí que la educación continúe siendo un aspecto central de las discusiones y los debates sobre políticas en numerosos países diferentes.
Recientemente, en Australia, el concepto de lo que se debería enseñar en Historia, y su significado para la sociedad australiana, fue el punto central de las discusiones constantes, y a menudo bastante acaloradas, entre el profesorado, historiadores, comentaristas de políticas y el ministro de Educación. Por eso, en países como los Estados Unidos, los libros que deberían estar disponibles en las bibliotecas escolares, y el contenido que debería enseñarse a la gente joven acerca de la injusticia racial es motivo de fuerte polémica. Esta situación está teniendo lugar porque el profesorado es esencial para el desarrollo de la comprensión de la juventud sobre qué supone vivir en una sociedad democrática. El sistema educativo, y por consiguiente los equipos de docentes que trabajan en él, tienen una relación directa con la inmensa mayoría de la gente joven de un país dado. Las enseñanzas de este colectivo a la población joven en materia de democracia y civismo y ciudadanía serán algo que permanecerá en esa juventud conforme crezca y vaya participando más en sus comunidades locales y nacionales.
No resulta exagerado calificar al profesorado como personal que trabaja por la democracia; esto es, que tienen la capacidad y la responsabilidad de promover y proteger las sensibilidades, los valores y las instituciones que son vitales para el funcionamiento de cualquier nación que afirme ser una democracia efectiva.
Pero esto es más fácil de decir que de hacer. El personal académico y docente, desde John Dewey hasta bell hooks y demás, señala en su totalidad la importancia del profesorado a este respecto. De hecho, las declaraciones de muchos países en relación con el valor y la importancia de la educación reconocen explícita o implícitamente el papel que desempeña el colectivo docente en este ámbito. Sin embargo, la dificultad reside en vencer a las opiniones que critican a la profesión y encontrar tiempo y espacio para igualar el principio con la práctica.
Durante la década que llevo estudiando la educación cívica y ciudadana, he identificado tres formas que podrían usar las y los docentes para impartir esta materia.
En primer lugar, el profesorado debería utilizar acontecimientos actuales y recientes como parte de su práctica en el aula. En Australia, a menudo se presta atención al estudio del civismo y la ciudadanía como parte de la asignatura de Historia; esto es, sucesos pasados, como la Federación. No obstante, esto niega el hecho de que las y los jóvenes presentes en las aulas son capaces de participar activamente en las cuestiones que les afectan a ellos y a sus comunidades en la actualidad, y es muy probable asimismo que tengan mucho más interés en ellas. Para solucionar esta situación, el profesorado debería enseñar civismo y ciudadanía como algo que está sucediendo ahora y enfatizar la función que desempeña la gente joven en este ámbito.
En segundo lugar, el personal docente puede exponer su propia participación activa en la ciudadanía como ejemplo para la juventud. El profesorado podría participar activamente en grupos de la comunidad, clubes deportivos, sindicatos de la educación y asociaciones profesionales. Todas estas formas de interacción pueden servir para demostrar a la gente joven el valor y la importancia de ser miembros activos e informados de sus comunidades.
Evidentemente, no estoy defendiendo el adoctrinamiento en un punto de vista particular, y eso enfatiza mi tercera recomendación. El personal docente también puede exponer formas de resistir a las medidas antidemocráticas. Conforme el mundo se enfrenta a lo que parece ser un aumento del extremismo, a menudo en detrimento de ideas como el multiculturalismo y la inclusión, el profesorado puede y debe mostrar al alumnado en qué consisten la ciudadanía mundial y la democracia, a través del modo en que este colectivo promueve la inclusión, gestiona el desacuerdo y fomenta el consenso en sus propias aulas. Lo más importante es que el profesorado puede educar igualmente a la juventud acerca de los peligros de estos enfoques.
A primera vista, con esto parece que estoy añadiendo más tareas a una carga de trabajo la del personal docente ya de por sí abrumadora. No es así; más bien, estoy sugiriendo que las ideas y los principios antes mencionados deberían ser fundamentales para el resto de la labor que acomete el personal docente, en lugar de ideas que a menudo se pasan por alto, tal y como ocurre actualmente.
Estos son los pilares fundamentales sobre los que debería descansar la educación; si no enseñamos a las y los jóvenes a ser miembros activos e informados de sus comunidades, capaces de trabajar por una sociedad más justa y equitativa, entonces cuestiono el valor de nuestro sistema educativo en su conjunto.
Nota: Este artículo es un resumen del capítulo de Keith del libro que ha coeditado con Steven Kolber Empowering Teachers and Democratising Schooling: Australian Perspectives.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.