Mary Hatwood Futrell, amiga, compañera y una de las voces más destacadas del sector educativo de nuestros tiempos, escribió estas palabras cuando Nelson Mandela falleció en 2013: “Paramos para ver qué distancia hemos recorrido y para centrarnos en lo que nos queda por hacer. Parece que sí existe una certeza, dado que la necesidad de lograr la equidad continúa: la perseverancia estará igual de presente en la lucha por avanzar”.
Incluso en los mejores momentos, el personal docente sabe de buen grado qué es la perseverancia. Y es ahora, al cumplirse el primer aniversario del estallido de la pandemia de Covid-19 en el mundo y mientras celebramos logros científicos sin precedentes, cuando empezamos a entender sus límites. En el momento en el que se estudie la historia de la pandemia en las décadas futuras, las lecciones que se enseñarán serán nuestras vivencias de los meses venideros en el marco de los requisitos básicos de equidad y liderazgo.
En primer lugar, necesitamos “parar para ver qué distancia hemos recorrido”. Después de un año de pandemia, el desarrollo de varias vacunas es el reflejo del increíble poder de la ciencia a la hora de combatir la enfermedad. En el caso del virus del sarampión, que se aisló por primera vez en 1954, la licencia de la primera vacuna se remonta a 1963. En el caso de la polio, tuvieron que transcurrir dos décadas.
Aunque también hemos sido testigos del asombroso poder de la ignorancia; de la capacidad de hombres débiles con un altavoz nacional para sembrar la desconfianza en la medicina y negar el valor de la ciencia. Trump, Bolsonaro y Magufuli serán tristemente recordados por sus mentiras y su cobardía, por los barrios y hogares que contribuyeron a vaciar y los cementerios que ayudaron a llenar.
Ninguna vacuna, protección individual o simple reformulación de la verdad revertirán los resultados letales del autoritarismo y la ignorancia que fomenta y alimenta, incluidos los altos niveles de negación y rechazo a la vacuna en comunidades de todo el mundo. Pero aún podemos escribir los capítulos finales e imprescindibles del coronavirus si nos comprometemos a ser “supercontagiadores” tanto del poder de la vacuna como de la verdad.
Según los últimos datos, el 75 por ciento de las vacunas se ha administrado en 10 países, varios de los más ricos del mundo, mientras que en 130 países (con una población total de 2500 millones de personas), aún no se ha administrado ni una sola dosis. Dejemos a un lado la moralidad de este nacionalismo de las vacunas y centrémonos en la ciencia. Según nos cuenta la Organización Mundial de la Salud, la expansión de las variantes de Covid en poblaciones sin vacunar supone una amenaza también para las comunidades vacunadas y en recuperación. La pandemia y sus mutaciones solo terminarán individualmente cuando lo hagan para toda la sociedad.
Existen dos iniciativas fundamentales para priorizar la equidad. En primer lugar, la OMS ha lanzado COVAX, un programa que tiene como objetivo proporcionar 2000 millones de dosis de vacunas a países en desarrollo a finales de este año. Pero no todo es fácil para COVAX porque la producción está por debajo de la demanda. La segunda iniciativa pretende aumentar significativamente la producción mundial. La Internacional de la Educación y otras organizaciones están pidiendo a la Organización Mundial del Comercio que suprima temporalmente las barreras de la propiedad intelectual para impulsar la producción de vacunas, es decir, que aplique la exención del Acuerdo sobre los ADPIC.
Hay una tercera iniciativa en marcha que los gobiernos pueden escalar rápidamente. Las dudas y el rechazo a la vacuna son aspectos críticos en un momento en el que vacunarse es fundamental. Es la hora de priorizar la vacunación de todas las personas adultas de los centros escolares.
En todas las comunidades del mundo hay personal docente y educativo. En la mayor parte de las encuestas sobre la confianza de la sociedad en las profesiones, la docencia aparece en lo más alto o bastante cerca. Existe un potencial inmenso para aprovechar la posición de esas profesiones con gran capacidad de influencia, que enseñan ciencia y cuentan con confianza para disipar mitos y demostrar que las vacunas funcionan.
Más allá de las medidas preventivas que deben aplicarse en todos los centros escolares, vacunar a las personas adultas que trabajan en ellos, incluido el personal docente y de apoyo educativo, es clave para conseguir una vuelta segura y permanente a la educación presencial en todo el mundo.
Cuando la pandemia estalló hace un año, el personal educativo se marchó de las escuelas y empezó a trabajar por internet y en directo, a veces, literalmente en la carretera entregando libros, material docente y comida, adaptándose al teletrabajo por necesidad y tomando las riendas para seguir educando a millones de estudiantes.
Las comunidades echaron de menos sus escuelas, estas instituciones básicas de financiación pública, con profesionales acreditados y centrados en el bienestar de los estudiantes, su movilidad social, nutrición y protección. Las escuelas se redefinieron y recuperaron su papel como centro de las comunidades, el lugar donde el estudiantado aprende a vivir y colaborar, adquiere conocimientos y desarrolla la creatividad de quienes se convertirán en profesionales de la ciencia, la investigación y el sector sanitario, entre otros.
Priorizar la vacunación de las personas adultas que trabajan en centros escolares servirá para multiplicar la fuerza de la salud pública y estaremos más cerca de recuperar la confianza en las escuelas públicas. Los organismos internacionales que apoyan, asesoran, financian e investigan sobre sistemas educativos, incluidos la OMS, UNESCO, UNICEF y la Alianza Mundial para la Educación, han recomendado vacunar al personal educativo para demostrar que son miembros muy valorados de la sociedad y figuras esenciales para mantener la apertura de los sistemas educativos.
Sabemos que un número importante de padres y madres no se sienten cómodos si sus hijos e hijas tienen que acudir presencialmente a las aulas. Para que la reapertura escolar sea significativa para el estudiantado, las familias necesitan sentirse más seguras. Por ese motivo, gobiernos de todo el mundo, incluidos los de Estados Unidos, México, Argentina, Polonia, Indonesia, Rusia, Serbia, Islandia e India, entre muchos otros, están vacunando al personal educativo con resultados positivos tanto para las comunidades como para este colectivo.
Acelerar la producción y conseguir una distribución equitativa de la vacuna son pasos básicos para terminar con la Covid. Si se da prioridad a la vacunación de las personas adultas en las escuelas, aumentará la credibilidad de la vacuna en todas las comunidades. Eso es liderazgo. El año pasado, una pandemia letal se ha expandido de la mano de políticas tóxicas. Con liderazgo auténtico y equidad, valores que permiten dar forma a la justicia y la verdad, podremos derrotarlos a ambos.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.