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“Cuando tu clase es ‘bombardeada en Zoom’ y otras historias del frente de la enseñanza en línea”

publicado 5 marzo 2021 actualizado 5 marzo 2021
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El 2020 fue el año en el que muchos trabajadores y trabajadoras de la educación tuvieron que ponerse de emergencia al día en la enseñanza por videoconferencia. Todos hemos aprendido mucho, utilizando diferentes plataformas (a menudo cambiantes) y distintas estrategias didácticas, tratando siempre de dar a nuestros estudiantes lo mejor de nosotros.

Esta situación ha dejado en todos nosotros rastros físicos y psicológicos.

Uno de los motivos que me llevó a dedicarme a la enseñanza fue la posibilidad de realizar durante el día diversos movimientos que no podía efectuar en un trabajo de oficina. En resumidas cuentas, cuando inicié la docencia en la década de los años 1990, los microtraumatismos causados por los movimientos repetitivos que me habían hecho sufrir los años anteriores estaban más o menos bajo control. Solo tenía que planificar sus crisis, pero generalmente podía dejarlos para las “vacaciones”.

El 2020 fue el año en que las molestias y dolores de mis 20 años volvieron a manifestarse con más fuerza aún.

Aun cuando mi físico se adaptó bien a la enseñanza, el recuerdo de mis comienzos hace 25 años está marcado por el intenso estrés personal que implica aprender a ser un docente eficaz en el aula. A menudo me pareció emocionalmente devastador y, a veces, provocó lágrimas de frustración. El apoyo de mis compañeros y la capacidad de reflexionar me ayudaron a salir adelante y a desarrollar estrategias que funcionaron bien, incluso con clases difíciles.

Uno de los factores que me ayudó fue la separación física entre el trabajo y el hogar. Al cabo de unos años me di cuenta de que ir a tomar una copa con los amigos antes de llegar a casa no siempre era la mejor idea, ¡y más bien empecé a ir a la piscina! Además del cierre de las piscinas, el confinamiento y la enseñanza a distancia han puesto fin a esta separación.

Trabajo en una pequeña ciudad alemana. Mi familia tiene la suerte de tener suficiente espacio para que cada niño tenga una habitación (dormitorio) para trabajar, mi pareja tiene un estudio y yo trabajo en nuestro dormitorio. La mayor parte del tiempo solo he tenido algunas clases en línea por semana, la mayoría de las clases que imparto a jóvenes adultos (no siempre fáciles) en un instituto profesional son grupos de prueba que han seguido clases presenciales en grupos divididos en dos durante el confinamiento de este invierno.

A pesar de no impartir muchas clases en línea, he sido “bombardeado en la aplicación Zoom” dos veces, aunque, como utilizamos la aplicación MS Teams, quizás sea más preciso decir “torpedeado en MS Teams”. No cabe duda de que cada vez me dejó una sensación de naufragio.

¿Qué pasó? La primera vez fue antes de Navidad: una persona desconocida entró en una charla fingiendo ser un estudiante que estaba ausente. No aplicamos la regla de encender la cámara, ya que muchos estudiantes no tienen espacio privado en casa para seguir las clases y, como estamos en Alemania, los representantes estudiantiles dejaron muy claro que proteger los derechos a la vida privada de los estudiantes era una prioridad. Claro que podría haber reconocido al estudiante por su voz, ¡pero solo hubiera sido posible si todos tuvieran una conexión Internet de alta calidad!

La clase empezó con algunas interrupciones, incluido el uso de lenguaje grosero. Batallé intentando utilizar las opciones de activación y desactivación del micrófono central para continuar y concluir correctamente la clase. Para ser honesta, las dificultades de aplicar un nuevo método en línea con un nuevo programa me superan. En cuanto dejaba un micrófono encendido por error parecía ser el que interfería el resto de la clase. Al cabo de 25 minutos me di cuenta de quién era el responsable de las perturbaciones y terminé la clase pidiendo a esta persona que permaneciera en línea para explicarnos. No hubo manera, se desconectó con un “Heil Hitler” y nunca más se supo de él.

Resultaba claro que no era un estudiante del grupo, pero uno de los participantes le había dado el código para la reunión, y luego disfrutó viendo el caos resultante. Por mi parte, tuve que presentar un informe por escrito, hablar con la dirección de la escuela, la dirección de la escuela estableció un informe policial, presentó una solicitud para que se le permitiera emitir una declaración y luego el interrogatorio de la policía de seguridad constitucional del Estado, es decir, mucho tiempo perdido y un mal sabor de boca.

Hay muchos lugares en Alemania donde pueden escucharse inmundicias fascistas, y nuestros neonazis locales tienen buen cuidado de que no olvidemos el cumpleaños del “Führer” colocando pegatinas fuera de nuestra casa para celebrarlo. Pero, psicológicamente, cuando cruza la puerta de tu casa, alcanza un nuevo nivel.

Me han dicho que en el grupo WhatsApp de estudiantes de la clase hubo algunos que criticaron lo ocurrido y señalaron que el hecho de que yo fuera judía agravaba la situación, así que tal vez el incidente dejó una enseñanza. ¡Cabe esperarlo!

En este grupo introdujimos comprobaciones de identificación al inicio de la clase. También reduje a la mitad los grupos en línea para asegurarme de que podía ver en pantalla a todos los participantes. Las clases siguieron correctamente su curso, en esa época incluso pude observar el “fruto” de la educación que estaba impartiendo a los jóvenes y pensé que en medio de una pandemia no estaba tan mal.

Unas semanas más tarde, en febrero, los torpedos de MS Teams fueron lanzados de nuevo en una clase diferente.

Esta vez se produjo una rápida escalada. Un estudiante que parecía estar fuera de lugar señaló que no podía encender su cámara para confirmar su identidad porque acababa de salir de la ducha. Bien. Se retiró de la videoconferencia. En ese momento otra persona, que mascullaba mucho las palabras, por lo que estaba muy bien camuflado, publicó en el chat una foto inapropiada.

Tener que realizar múltiples tareas simultaneas es el pan nuestro de cada día, suprimir la foto también forma parte de estas tareas. Sin embargo, no pensé que tuviera acceso al uso compartido de la pantalla y la película realmente comenzó. No cabe duda de que no coincidía con mi idea del erotismo.

Golpe de adrenalina. Traté de recuperar el control de la pantalla, pero en vano. Al cabo de 30 segundos uno de los estudiantes -afortunadamente- intervino: “Profesor, quizás deberíamos desconectarnos todos”.

Buena idea. Desconexión de la aplicación Teams.

Muy pocos elementos en mi carrera docente me habían preparado para esta situación. Me gusta pensar que soy una persona de mente abierta, pero cuando se trata de algo que pasa el umbral de mi casa, de mi dormitorio, resulta invasivo y muy desagradable.

Quizás sea un mecanismo de evasión, pero también me pregunto qué efecto surte este tipo de situaciones en otros compañeros docentes. Sin duda todo el mundo dice: “a mí no me pasa”, pero sospecho que si ocurriera sentirían cierta vergüenza por no haber sabido manejar mejor la situación, por no haber sabido proteger a sus estudiantes. Me temo que es un problema más común de lo que se piensa.

En base a mi experiencia, sé que “irse de copas dentro de casa” no es una buena solución para restablecer las barreras protectoras entre el trabajo y el resto de mi vida. Supongo que lo mejor será esperar que la piscina exterior de mi ciudad reabra sus puertas en mayo.

Nota: El autor deseó permanecer en el anonimato, dada la investigación policial en curso.

Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.