Suspiré cuando me senté en la mesa de la cocina. A mi izquierda, una taza de café recién hecho; a mi derecha, pilas de libros de texto; delante de mí, un Microsoft Surface Pro totalmente cargado. De acuerdo, ¡pongámonos en marcha! Mis dedos se desplazaban con incertidumbre sobre el teclado mientras leía detenidamente mis notas y preparaba con cuidado el programa del día. Era viernes 13 de marzo y estaba a punto de empezar mi primer día oficial de “enseñanza en línea”.
Sin embargo, para ser justos, decir eso sería desvalorizarnos a mí y a mis compañeros. No es que no hubiera utilizado la tecnología en mis clases. Anteriormente ya había creado grupos de estudiantes en Microsoft Teams y, a menudo, utilizaba recursos en línea como complemento a mi enseñanza. Pero ¿como un medio para enseñar?, ¿como única manera de acceder a mis estudiantes?, ¿en sustitución del aula? Sin duda alguna me estaba introduciendo en ello de una manera más profunda, buceando en unas aguas en las que solo había remado anteriormente. Nerviosa, pero también emocionada, respiré profundamente y empecé a trabajar.
Cuando miro hacia atrás en las últimas semanas, creo que es justo decir que el proceso de aprendizaje ha sido duro. Ha sido necesario adaptar y crear recursos para hacer posible un aprendizaje que estuviera más dirigido por los estudiantes y, al mismo tiempo, ha sido necesario enseñarles a utilizar procesos tales como la manera de adjuntar un documento o presentar una tarea (teniendo en cuenta que están utilizando dispositivos tan diversos como los teléfonos inteligentes, tabletas y ordenadores portátiles con diferentes diseños, sistemas operativos, etc.). Mientras tanto, el hecho de preguntarme si ese estudiante que no había interactuado con ninguno de mis recursos cuidadosamente seleccionados era un estudiante que “no podía hacerlo” o que “no lo haría” significaba que estaba empezando las vacaciones de Pascua emocional y mentalmente agotada; pero también estaba bastante orgullosa de mi profesión y del potencial que veía surgir de todo este caos.
En primer lugar, veamos y celebremos lo positivo. Las editoriales educativas, que en esta época del año suelen dejarse ver en las salas de profesores proponiendo sus últimos libros de texto y recursos, han intensificado sus esfuerzos y han ofrecido en ciertas circunstancias un acceso ilimitado a sus libros de texto electrónicos tanto para el personal como para los estudiantes de todo el país. Esto ha permitido que los docentes y los estudiantes pudieran estar literalmente y en sentido figurado en sintonía a la hora de negociar este terreno nuevo y desconocido. Este hecho, por supuesto, plantea la cuestión de si debemos examinar los recursos educativos en conjunto cuando esta crisis haya terminado. Aunque estoy a favor de los derechos de autor y entiendo la importancia de conservar la integridad de la propiedad académica, debemos ver quiénes son los guardianes de esta propiedad y quiénes custodian las llaves. La educación, después de todo, debería ser accesible y estar al alcance de todos. ¿Cómo podemos seguir mejorando esta prestación en beneficio no solo de los estudiantes, sino también de los educadores de todo el mundo?
La colaboración entre compañeros, que es siempre una parte fundamental de nuestra profesión, ha demostrado ser esencial para apoyar tanto a los docentes como a los estudiantes. Nunca he tenido a mi disposición una variedad tan amplia de recursos, no solo de mis compañeros de la escuela, sino también de aquellos que están más lejos, a través de plataformas en línea tan diversas como Scoilnet, Tes y Facebook, por nombrar solo algunas. El Professional Development Service for Teachers (Servicio de Desarrollo Profesional para Profesores) ha puesto en marcha talleres y tutoriales para los docentes. Incluso la RTÉ (cadena de televisión irlandesa) se sumó a la iniciativa y anunció que iba a emitir un programa divulgativo de las obras más populares de Shakespeare y su propuesta de Home School Hub dirigida a las escuelas primarias. Si me encuentro estancada en un tema relacionado con la tecnología, un mensaje rápido en la página Team del personal de mi escuela recibirá probablemente una multitud de respuestas, screencasts y ofertas de ayuda. Hay mucho que celebrar en este nuevo e incierto mundo de la educación en línea.
No cabe duda de que también hay dificultades: desigualdad en el acceso a la tecnología y a los recursos tanto para los docentes como para los estudiantes, padres que no pueden ayudar a sus hijos, zonas negras de banda ancha, condiciones de estudio inadecuadas, trabajar desde casa y al mismo tiempo cuidar de los niños. Podría seguir enumerando dificultades. El mundo no es ideal y en mis reflexiones más oscuras, cuando lucho por subir un recurso en concreto o por hacer que una determinada tecnología funcione para mí, me pregunto si una parte de la inversión —o la falta de inversión— destinada a la educación en los últimos años podría haberse enfocado mejor. En lugar de los interminables seminarios y seminarios web sobre los usos de Padlet y Kahoot (dos aplicaciones muy útiles, por cierto, que definitivamente se mencionan en casi todos los cursos de DPC a los que he asistido en los últimos años), tal vez deberíamos enseñar a los docentes y a los estudiantes por igual cómo comprimir archivos, grabar presentaciones de antemano e interactuar a través de plataformas en línea. Yo, al igual que muchos docentes, he asistido a numerosas presentaciones sobre el RGPD, la seguridad en Internet y diversas cuestiones en torno a ello. Estas presentaciones no suelen ser necesariamente de carácter alarmista, aunque ciertamente nos dejan a muchos de nosotros, especialmente a aquellos que estamos menos alfabetizados digitalmente, casi temerosos del mundo digital y de todos los peligros que se perciben en él.
El enfoque de la formación debe cambiar. Los docentes deben adquirir conocimientos digitales sobre los principios básicos de la confidencialidad y la seguridad de los datos para poder emitir, ellos mismos, una opinión sensata con respecto al material de aprendizaje en línea. También hay que tener en cuenta al estudiante en este proceso. ¿Cómo se puede guiar a nuestros estudiantes hacia un mayor nivel de alfabetización digital, de modo que puedan contribuir a su propio aprendizaje en el futuro? No basta con buscar en Google un término o usar la Wikipedia como base para una tarea de clase. Tenemos que formar a nuestros jóvenes, así como a nuestros educadores, para que se conviertan en unos consumidores digitales exigentes, para que puedan verificar las fuentes, para que comprendan plenamente tanto lo que se dice como lo que no se dice en línea. Espero que cuando este caos termine y volvamos a la “normalidad”, sea la que sea y cuando sea, hayamos aprendido de esta experiencia y aplaudamos nuestros éxitos; pero también espero que hayamos aprendido de nuestros errores y tratemos de crear un mundo en el que la prestación de la educación en línea pueda funcionar junto a nuestro trabajo y nuestra ética en las aulas.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.