Más de 1 500 millones de niños en todo el mundo no van al colegio por culpa de la epidemia de COVID-19, y no sabemos cuánto tiempo se prolongará esta situación. Hasta la fecha, no contamos con un desglose por género de estas cifras. El impacto nos llega en un momento en el que, poco a poco, el número de niños en las aulas y que completaban su formación escolar empezaba a aumentar. Durante los últimos cinco años, los gobiernos y la comunidad educativa se han dado cuenta de las diversas maneras en las que las desigualdades de género existentes fuera del ámbito escolar pueden reproducirse dentro de este, además de detectar cómo se superponen en muchos casos otras desigualdades relacionadas con la raza, clase social, etnia, género o lugar de residencia.
Cabe la posibilidad de que esta pandemia frene avances significativos en este sentido. Por eso, es fundamental que aprendamos de las investigaciones y datos prácticos sobre epidemias y pandemias anteriores, y que aprovechemos nuestros conocimientos y compromiso colectivos con la educación pública gratuita de calidad. La forma en la que se entremezclan la educación de calidad con la salud, la sanidad, el bienestar social, el trabajo digno y nuestra visión de la sostenibilidad y la igualdad son de vital importancia a la hora de enfrentarnos al desastre actual.
Como parte de este proceso, tenemos que reconocer varias preocupaciones concretas en torno al fomento y a la promoción de la igualdad, entre otras, la de género, en las escuelas y demás entornos de aprendizaje. Este hecho cobra aún más relevancia porque la desigualdad de género en nuestras sociedades es un problema multidimensional que se vincula a otras formas de desigualdad.
A diario recibimos datos sobre la magnitud de la crisis y sus múltiples ramificaciones locales en diferentes países. En este blog pretendo señalar dinámicas de género asociadas a la escolarización que se han documentado en otros desastres, por ejemplo, en epidemias anteriores (VIH, ébola) y en catástrofes naturales, como inundaciones, terremotos y sequías. Es probable que la COVID-19 afecte negativamente a cuestiones de género de forma amplia y en numerosas facetas. Los estudios sobre otras epidemias y desastres demuestran la rapidez con la que estos acontecimientos dejan a las familias devastadas por culpa de fallecimientos y enfermedades. Las consecuencias, que se observan tanto en el momento del desastre como posteriormente, son emocionales y económicas. Ambas vienen dictadas por relaciones asociadas al trabajo en casa. En un buen número de familias, las niñas asumen grandes responsabilidades en el ámbito de los cuidados, muy distintas a las que corresponden a sus hermanos. Esta tarea de cuidar puede afectar significativamente a su educación.
En muchos países, la mayoría de docentes son mujeres, especialmente en el caso de la educación para los más pequeños y las primeras etapas formativas. Las docentes de las comunidades en confinamiento se verán obligadas a soportar cargas doblemente intensas por la exigencia de tiempo que supondrá para ellas la enseñanza a distancia o la pérdida de ingresos en el caso de trabajar con contratos informales. Las que tengan hijos en edad escolar u otras responsabilidades relacionadas con los cuidados, sentirán que todo esto se suma a su estrés, falta de tiempo y trabajo extra.
Detallo a continuación tres aspectos extraídos de mi estudio de epidemias y desastres anteriores que no debemos olvidar en este caso:
a) Puede que surjan iniciativas por parte de la comunidad y de las familias que permitan a las niñas aumentar sus oportunidades de conseguir la igualdad en cuanto a educación, género y otros aspectos. Se trata de una ocasión incomparable para conectar con los demás, dado que todas somos vulnerables de un modo u otro. Pero es probable que estas iniciativas locales no puedan dar respuesta a asuntos como la desigualdad sin un impulso contundente por parte de un gobierno u otros organismos con una noción sólida del bien común. Dicho apoyo puede darse en forma de material informativo (radio, televisión, medios digitales), mediante programas de aprendizaje y con acuerdos de evaluación. Sin duda, la estructura de los sistemas educativos adquiere especial relevancia. La inclusión no era nuestro punto fuerte antes de la pandemia de COVID-19, pero ahora nos toca aprender de nuestros errores del pasado. Los niños que volvían a clase tras el desastre de Fukushima o una epidemia de VIH, en determinadas comunidades recordaban haber vivido situaciones angustiosas de exclusión. Debemos intentar trabajar en nuestras intervenciones educativas durante esta pandemia para prevenir este tipo de dinámicas de exclusión.
b) La epidemia del VIH nos alertó sobre la violencia de género en el ámbito escolar que, desde entonces, se ha convertido en una de las principales áreas de investigación, legislación y práctica, ámbitos en los que se debe seguir trabajando, pues muchos analistas anticipan que la violencia contra la mujer podría ser una de las consecuencias del declive económico y el miedo derivados del COVID-19. Como consecuencia de la crisis del ébola de 2014 en África Occidental, se observaron cifras elevadas de embarazos de adolescentes. En Sierra Leona, una vez finalizada la crisis del ébola, el gobierno prohibió acudir a clase a las niñas embarazadas. Sin embargo, a medida que empezaron a comprender mejor las barreras de género que les imponían en el ejercicio de su derecho a la educación, implementaron un programa de una organización de voluntarios (en colaboración estrecha con el gobierno) para admitir a estas niñas en las aulas. El 30 de marzo, tras cinco años de lucha continua por parte de las organizaciones de la sociedad civil que culminaron en una impugnación legal que perdió el gobierno, se levantó la prohibición que impedía a las chicas embarazadas ir al colegio en Sierra Leona. Debemos construir sobre esa base y apoyar tanto al gobierno como las numerosas formas de colaboración e iniciativas de la sociedad civil que se centran concretamente en el plano del género en la educación, además de aumentar el conocimiento y entendimiento de los problemas relacionados con la igualdad de género en la educación por parte de los responsables de políticas en todos los niveles.
c) Cuando el sustento corre peligro, como es posible que suceda por culpa de las crisis económicas que se derivarán del COVID-19, las niñas son la que abandonan las aulas. Su labor se considera fundamental en estos momentos en los que las mujeres pobres luchan en sus hogares, ya que puede ser vital para la supervivencia familiar. El empleo durante las sequías relacionadas con la crisis climática de África Oriental ha arrastrado a más niñas fuera del colegio y ha provocado que se casen con menor edad para garantizar los ingresos domésticos. Las constituciones de muchos países así como su aceptación de marcos como los ODS implican un compromiso para proporcionar a todos los niños una escolarización de calidad durante al menos diez años. Este compromiso no debe dejarse de lado a medida que la pandemia causa estragos en las economías; además, hay que centrarse especialmente en apoyar a las niñas para que vayan al colegio. Esto implica desarrollar políticas comunes sobre educación, sanidad y economía, y reflexionar sobre cómo conectar todas las fases de un sistema educativo.
Numerosos estudios nos avisan sobre las desigualdades de nuestras sociedades y sistemas educativos que queremos solucionar y cambiar. Solo si trabajamos juntos y colaboramos frente a esta pandemia podremos afrontarla de una manera constructiva. Debemos intentar orientarnos hacia un camino diferente, desde la labor irregular que hemos estado desarrollando para garantizar la igualdad de derechos hasta la consecución de una educación de calidad para todos. Ya hemos recogido estos aspectos en las políticas y ahora es el momento de trasladar dichas medidas a la vida real.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.