En la guerra, los docentes comprometidos luchan en primera línea de batalla por la esperanza y la igualdad. Enfrentados a condiciones tormentosas, a menudo no cuentan con el apoyo para responder a las peticiones de niños y padres para acceder a una educación relevante.
Cada vez se producen más ataques contra escuelas en lugares como Nigeria, Tailandia y Siria transformando los santuarios de aprendizaje en escenarios de la tragedia. «A esos mismos lugares a los que acudíamos a enseñar o aprender, los militares nos llevan a torturarnos», explica un académico de la Universidad de Damasco. Y aun así, muchos profesores aguantan. En la República Centroafricana, se refugian con sus alumnos en escuelas provisionales en el bosque. No hay libros ni pizarras. En su lugar, el entusiasmo y la voluntad dan vida al aprendizaje. En Afganistán y en Pakistán, las maestras se enfrentan a las amenazas y violencia diarias de los extremistas educando a las niñas por las que tanto se preocupan.
A pesar de arriesgar su vida por sus alumnos trabajando en condiciones peligrosas, a la mayoría de maestros de países en conflicto se les paga mal o, peor aún, no se les paga. En El Líbano, donde hay 300.000 niños en la escuela pública, ahora hay más de 500.000 niños sirios refugiados en edad escolar. Muchos maestros han pasado de tener 40 a 90 alumnos en clase. A pesar de los desafíos, los maestros enseñan, los niños aprenden y empiezan a cerrarse las heridas. Un joven refugiado somalí que vivía en Nairobi dijo acerca de sus maestros: «nunca faltan a clase, siempre llegan puntuales y preparados para enseñarnos. La escuela me ha preparado para el futuro».
«La educación no puede esperar», afirmaron los líderes la semana pasada durante la Asamblea General de la ONU. Y, sin embargo, más de 28 millones de niños de 32 países afectados por conflictos, esperan recibir una educación. Un maestro refugiado de la República Democrática del Congo describió la situación al llegar a Kampala (Uganda) y comprobar que no había educación para los niños refugiados. Recordó lo que le decía su profesor, «Cuando estás en medio del bosque, sin educación alguna, de ti depende esforzarte en enseñar a esos niños para que tengan algo en la mente». Así que creó una escuela. «Aunque no había salario ni ayuda alguna, todavía tengo mi vocación».
A pesar de la resolución e innovación que han mostrado niños, padres y docentes en las zonas de conflicto, la educación sigue sin recibir fondos suficientes en las respuestas de ayuda humanitaria, que han pasado de un 2 por ciento en 2009 a un 1,4 por ciento en 2012 y se mantienen constantemente muy por debajo del 4 por ciento que reclama la comunidad internacional.
Tras haber sufrido un tiroteo por defender su derecho a la educación, el contundente mensaje que Malala, de 16 años, transmitió ante las Naciones Unidas la semana pasada resumía la resolución de millones de niños y jóvenes que, como ella, reclaman un cambio. Dijo, «En lugar de armas, enviad bolígrafos. En lugar de tanques, enviad libros. En lugar de soldados, enviad maestros».
Los estudios demuestran que al menos tres medidas servirían para mejorar las condiciones de docentes y estudiantes en los países de conflicto:
En primer lugar, las escuelas deben ser lugares seguros. La Coalición Global para proteger a la educación ante los ataques ha empezado a crear sistemas para informar de los ataques contra las escuelas y reforzar las disposiciones para la protección de estudiantes y docentes. Queda trabajo por hacer.
En segundo lugar, hay que pagar a los docentes. Su función es demasiado importante y su sacrificio demasiado grande para no reconocerlo formalmente. Cuando un gobierno no puede pagar a los docentes, las respuestas humanitarias deberían incluir fondos para los salarios así como otros trabajadores humanitarios importantes. En Siria hay pequeñas organizaciones que procuran incentivos salariales para los docentes, lo que les permite seguir enseñando y al mismo tiempo sustentar a sus propias familias.
En tercer lugar, los docentes necesitan formación. Ya sean profesores con experiencia que trabajan en condiciones difíciles o recién llegados que sustituyen a los que tuvieron que marcharse, necesitan una formación que les permita centrarse en el aprendizaje básico y dar orientación psicosocial a los estudiantes. La Red Interagencial para la Educación en Situaciones de Emergencia (una red de más de 9.500 profesionales de todo el mundo) ha elaborado una serie de guías fácilmente accesibles que informan del diseño de sistemas de apoyo para los docentes.
Los docentes son un pilar fundamental de las sociedades pacíficas y más aún de las sociedades debilitadas por la guerra. Un profesor de 20 años de Alepo imparte clases de dibujo a jóvenes cuya escuela ha quedado destrozada. Ha dicho: «Una alumna dibujó un jarrón con rosas sangrantes. Le pregunté: ¿"Qué significa"? Contestó: "Estas rosas representan a Siria que está sangrando y nadie se hace cargo de ella". Tengo un deseo: que mi país esté mejor que ahora y haya esperanza para nuestros niños, para que puedan dibujar un sol radiante de nuevo en el cielo».
Si se les apoya, los docentes pueden proteger a los niños de sufrir más daños psicológicos y físicos. Un exdirector de escuela de Alepo (Siria) dice: «Hacemos todo lo que podemos para que los niños no piensen que la vida es distinta». Él y sus compañeros han creado escuelas en las mezquitas, que son lugares seguros, ya que las escuelas públicas están en el punto de mira. «Recogimos los bancos, manuales y pizarras de las escuelas destrozadas», dice. «Es fantástico ver a los alumnos de nuevo en sus mesas y con una amplia sonrisa».
Haced que el valor de estos docentes y la determinación de millones de niños atrapados en conflictos y emergencias inspiren a la comunidad global para actuar.
Citando a Malala, en lugar de excusas, enviad inversiones. En lugar de angustia, enviad acciones. En lugar de desesperación, enviad esperanza.
Por Maysa Jalbout y Sarah Dryden-Peterson