De camino a la apertura del curso escolar 2016-2017 en la pequeña localidad de Adiyaman, en el sudeste del país, Mithat recibe una llamada telefónica de un amigo. Su nombre figura en la lista de los profesores despedidos. Es profesor de biología en enseñanza secundaria desde hace 16 años: el mundo se le derrumba.
Oficialmente ha sido acusado de apoyar a "una organización terrorista", pero Mithat conoce, según afirma, el "verdadero motivo" que subyace a su despido. En diciembre de 2015, cuando se reanudaron los enfrentamientos entre el ejército turco y los activistas kurdos del PKK (el Partido de los Trabajadores del Kurdistán) en el sudeste del país, un centenar de profesores participaron en un día de huelga para denunciar el resurgimiento de la violencia en el centro de la localidad de Adiyaman. Los que se encontraban en la primera línea de dicha manifestación han sido víctimas de las purgas que siguieron al golpe de estado fallido.Hace diez meses que Mithat perdió su trabajo. Había encontrado un puesto de unas horas en una escuela nocturna, pero el empleador se retractó. " Los directores no se atreven a contratarme, ya que se me acusa de apoyar a los terroristas", explica,"ya no puedo trabajar, tengo 41 años y no hablo inglés. ¿A qué otra cosa podría dedicarme?". Con la mirada perdida en el vacío, recuerda que se le ha pasado por la cabeza vender su coche y volver a casa de sus padres. Gracias al apoyo económico de su sindicato, Eğitim-Sen, y al de sus amigos, ha podido conservar sus posesiones. Cada mes recibe aproximadamente 2 000 TL (500 euros), lo justo para cubrir sus necesidades.
Para este hombre hiperactivo, la exclusión de la sociedad es la peor de las sentencias."Es una muerte social", declara con enorme tristeza."Adiyaman es una ciudad pequeña d onde todo el mundo se conoce. Como profesor gozaba de un estatus, un reconocimiento y un respeto. Ahora la gente ni siquiera me saluda por la calle por miedo a las represalias". No puede evitar compararlo con las lecciones de biología que impartía a sus alumnos."Durante las lecciones sobre el SIDA, procuraba explicarles la enfermedad y las formas de transmisión, pero también les sensibilizaba y les hacía ver que también podemos dar la mano a un enfermo, por ejemplo. Les decía que no había que considerarlos apestados. Actualmente tengo la impresión de ocupar el lugar de esos enfermos de los que hablaba a mis alumnos".
En diez meses, Mithat y otros compañeros han probado todos los recursos posibles. Sin embargo, las instancias a las que han recurrido no se consideran competentes para juzgar sus expedientes.Mithat baja la mirada y con un suspiro nos confiesa:"Hace cuatro meses se me pasó por la cabeza comenzar una huelga de hambre. No pude tomar esa decisión porque mi madre habría muerto de pena".
Es sin duda lo que más le cuesta gestionar. Se considera afortunado dentro de su desgracia porque al menos, comenta, no tiene hijos bajo su responsabilidad; la tristeza y ansiedad que esta situación genera a su familia añade un poco más de culpa al peso que ya carga a sus espaldas.