«Levanten la mano quiénes alguna vez hayan sido víctimas del racismo». Esa fue la primera frase que lancé a mis estudiantes, en una clase de secundaria, para tratar el tema del racismo y sus ramificaciones sociales.
Muchos levantaron la mano, incluso yo misma. También la levantaron los chicos y las chicas de piel blanca. Les pedí que hablaran.
«Me dijeron que estaba demasiado gorda, me llamaban ballena», dijo una chica.
«A mi también, a mí me llamaban Pinocho, por mi nariz», dijo otro estudiante.
«A mí me apodaron Casper, el fantasma. Me pasa todo el tiempo. Sufro racismo todo el tiempo porque soy muy blanca, por eso», explicó una estudiante, frotándose la piel para resaltar su blancura.
«No debemos confundir las cosas. Les estoy hablando de racismo, no de acoso», interrumpí, generando miradas confusas o recelosas.
El racismo es diferente del acoso escolar, de los insultos lanzados por otros estudiantes. Es cierto que hay una delgada línea que los separa: al fin y al cabo, ambos atacan a la persona tanto física como psicológicamente, es decir, la ofenden, la humillan y la violentan. Por eso generalmente los confundimos. Además, el discurso en el ámbito educativo tiende a considerar estos dos elementos conjuntamente, a confundirlos en un único “contenido”.
Por eso solemos confundirlos. Además, los discursos dentro de la institución escolar tienden a considerar estos dos elementos juntos, a confundirlos en un solo "contenido".
Insistí: «El acoso es un fenómeno distinto del racismo. Que levanten la mano quien alguna vez haya sido seguido/a en el supermercado por la persona encargada de la seguridad o en la calle por la policía. ¿Quiénes, de los que están aquí, tienen miedo de la policía o la policía les ha humillado o maltratado alguna vez sin que sepan por qué?»
De repente, un estudiante negro tomó la palabra: «Hace unos días, estaba en una farmacia, estaba esperando para comprar unos medicamentos. No había nadie que me atendiera. Nadie. Solamente estaba yo. Pero nadie quería atenderme. Cuando le pregunté a la empleada: - ¿Acaso no me ve? Estoy aquí, cansado de esperar, ¿no quiere atenderme? La farmacéutica respondió: - ¡Basta! ¡Tu raza está acostumbrada a esperar!».
«Eso no es racismo», intervino un alumno. «Creo que sería racista si te hubiera comparado con un mono o te hubiera llamado gorila».
Aclarar las especificidades del fenómeno del racismo en el ámbito escolar
En Brasil, una persona joven de raza negra de entre 15 y 29 años tiene hasta un 147% más de probabilidades de ser asesinada que alguien de raza blanca [1]. El 73,3% de los beneficiarios de Bolsa Família [2] son personas de raza negra, de las cuales más del 50% tiene menos de 24 años y el 60% tiene una educación primaria incompleta [3]. El 96% de los presentadores y las presentadoras de los noticieros televisivos y el 94% de las y los periodistas son de raza blanca [4]. En Brasil, los trabajadores y las trabajadoras de raza negra cobran tan sólo el 57% (R$ 1.374,79 [5]) de la remuneración que reciben las personas de raza blanca (R$ 2.396,74 [6]). Por último, el 86,5% de las magistradas y los magistrados son de raza blanca [7].
Para luchar contra el racismo en el ámbito escolar es necesario aclarar cuáles son las secuelas que deja el racismo, puesto que son mucho más profundas y sutiles que en el caso del acoso escolar. La cual es una violencia física o psicológica considerada como algo que está fuera de la norma o es anormal, en otras palabras, al margen de lo que se acepta, y que, por lo tanto, hay que combatir.
El racismo no es una deformación del comportamiento, es decir, no tiene un carácter subjetivo, como en el caso del acoso, que está totalmente ligado a la idea de prejuicio (un juicio anticipado, que no pasa por el filtro de la razón, sino que existe en la mente de una persona o de un grupo de personas, que rechaza o no acepta al otro).
En el caso del racismo, esta lógica de rechazo, exclusión, aversión y humillación va más allá del campo subjetivo e invade el campo objetivo, es decir, el campo de la norma, normalizándose y convirtiéndose en algo natural, al estar alimentada por el campo político, jurídico, económico, cultural y social. El racismo forma parte de la norma o de la normalidad, ya que está garantizado por la propia estructura de la sociedad y del Estado.
Las raíces históricas del fenómeno racista en la sociedad brasileña
Por otra parte, hay que subrayar que el racismo está en el ADN de Brasil, una herramienta en la propia génesis de la nación brasileña, que se ha consolidado estructuralmente, permitiendo a Brasil abolir la esclavitud sin romper las jerarquías sociales creadas durante el periodo de la esclavitud.
La ciudadanía tan deseada durante el periodo colonial y esclavista no se ha concedido plenamente a las personas de raza negra. Basta con mirar de cerca el panorama social para comprobar que los hombres y mujeres de raza negra siguen estando en una situación de desventaja, continúan sufriendo las peores condiciones de trabajo y son tratadas como ciudadanos y ciudadanas de segunda clase.
Es cierto que la abolición de la esclavitud permitió a las personas de raza negra liberarse de su condición de objetos, de cosas, de mercancías, pero no ha erradicado totalmente su condición subalterna, heredada del período colonial.
Hablar de racismo en clase, implica desmontar el mito de la democracia racial y hacer ver que el problema racial en Brasil no está vinculado al ámbito individual o a una variación de prejuicios de carácter subjetivo. Por supuesto, hay que combatir y denunciar las acciones individuales, pero en las escuelas también hay que hablar de la ideología racista que se utiliza para perpetuar privilegios cada vez más inaccesibles para la mayoría de la población. En este sentido, es necesario dilucidar las cuestiones más estructurales del capitalismo brasileño que se apoya en el racismo, alimentando la brecha existente entre la población de raza negra y de raza blanca.
En otras palabras, ser racista no solamente significa rechazar, humillar, ofender y degradar física y psicológicamente a alguien, sino también aprobar la función asesina y excluyente del Estado, que quita la vida a las personas que son consideradas degeneradas, superfluas o ciudadanos y ciudadanas de segunda clase. Y llegados a este punto, y parafraseando a Foucault, arrebatar la vida no significa necesariamente cometer un asesinato directo, sino también todo lo que puede ser un asesinato indirecto: exponer a las personas a la muerte, incrementar para algunas de ellas el riesgo de muerte o, pura y simplemente, la muerte política, la expulsión y el rechazo.
Si la escuela es el primer lugar donde se debe discutir y combatir el racismo, es urgente hablar de las raíces del racismo en Brasil y de su desarrollo y consolidación en el neoliberalismo actual. Solo se podrá vencer el racismo cuando las personas de raza negra gocen de la misma ciudadanía universal y de los mismos derechos que las personas de raza blanca, mediante la igualdad de acceso a la política, al trabajo digno y a las instancias económicas, sociales y jurídicas.
Según datos del Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea) 2016 - Atlas de la Violencia. Brasil, 2016.
Se trata de un programa gubernamental que beneficia a la población que vive en la extrema pobreza.
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