La tecnología ha sido presentada durante mucho tiempo como un antídoto contra los males de la educación.
Tal como señala un artículo publicado recientemente en The Economist, las herramientas digitales se han vuelto más sofisticadas desde 1928, cuando Sidney Pressey inventó una “máquina para enseñar”. No cabe duda de que la demanda de tecnología para la enseñanza y el aprendizaje se ha intensificado.
Los promotores actuales de este impulso a la tecnología para la educación ( ed tech, en inglés) representan los siguientes enfoques:
· Personalizar el aprendizaje individualizado para cada estudiante;
· Preparar a los jóvenes para el futuro de la inteligencia artificial en el lugar de trabajo;
· Hacer que la escolarización sea más rentable; y
· Cambiar la educación pública, así como privatizarla.
Tal como se observa en el artículo mencionado, a pesar de algunas excepciones, los progresos realizados por los promotores de la tecnología para la educación (por ejemplo DreamBox) y la aparición de la escolarización en línea (como por ejemplo la Khan Academy) no han resultado en un mejor rendimiento académico de los estudiantes en comparación con las formas más tradicionales de enseñanza y aprendizaje. Aun cuando los estudios muestran que la tecnología puede suponer una diferencia, los resultados positivos están a menudo vinculados exclusivamente a las puntuaciones obtenidas en exámenes estandarizados de matemáticas y/o lectura y escritura. Según indica el artículo, no tenemos ningún tipo de pruebas a la hora de de evaluar el impacto de la tecnología en las “asignaturas más ligeras”, como por ejemplo en comunicación, colaboración y pensamiento crítico (todas ellas consideradas necesarias para preparar a los estudiantes para el futuro de la inteligencia artificial en el lugar de trabajo). En un informe publicado en 2015 por la OCDE, en los 31 países estudiados existía una relación causal escasa o nula entre la tecnología y el aprendizaje de los estudiantes en matemáticas, ciencias y lectura.
¿La tecnología podría convertirse en otra reforma zombi, tal como escribió el economista Paul Krugman, en la que las “convicciones políticas que han sido reiteradamente refutadas con pruebas y análisis… se niegan a morir”?
Yo diría que sí, así será, a no ser que nos volvamos más realistas a la hora de invertir en las personas que utilizan la tecnología –tanto estudiantes como docentes, que deben conocerla bien– y así permitir que se obtengan resultados académicos más profundos, tal y como se espera de las escuelas de hoy (y de las del futuro). Seymour Papert, cofundador de los Laboratorios de Inteligencia Artificial y de Medios de Comunicación del Instituto Tecnológico de Massachusetts(MIT) planteó el mismo caso. Hace casi 20 años, Papert utilizó la analogía del caballo de Troya para explicar cómo la tecnología puede “cambiar radicalmente la manera de aprender de los niños”.
…(En) la historia real del caballo de Troya, no fue el caballo el que fue eficaz, fueron los soldados que estaban dentro del caballo. Y la tecnología solamente será eficaz para cambiar la educación si se pone un ejército en su interior que tenga la determinación de hacer este cambio cuando haya atravesado la barrera.
Los investigadores, a partir de los ámbitos de la neurociencia, la psicología y el desarrollo humano, llevan tiempo aportando información al campo de la educación sobre cómo aprenden los estudiantes. El hallazgo más importante es que los humanos (y los estudiantes de cualquier edad) llegan al aprendizaje formal con unos conocimientos previos y, para desarrollar un aprendizaje más profundo (coherente con las necesidades de nuestra economía global), los docentes deben ser capaces de activar los conocimientos que ya poseen y comprometer a estos estudiantes para que sean los líderes de sus propios aprendizajes. La tecnología, e incluso la inteligencia artificial,no pueden hacerlo por sí solas.
Por otra parte, puesto que la tecnología realza algunos aspectos de la práctica docente, tenemos que garantizar que las preocupaciones relativas a la confidencialidad y la protección de datos se aborden adecuadamente. Los estudiantes, los padres y los docentes tienen derecho a saber quién ve estos datos y cómo son utilizados –especialmente por parte de las empresas. Como explica claramente un estudio reciente de la Universidad Carnegie Mellon, las empresas emergentes de tecnología para la educación tienen tendencia a no dar prioridad a la protección de los datos de los estudiantes, que pueden ser utilizados con fines maliciosos o no intencionados. Ha llegado el momento de preparar y respaldar a los docentes y a los administradores –de nuestras escuelas públicas– para que garanticen la protección de la privacidad. (Véanse aquí las micro-credenciales que estimulan el desarrollo de las habilidades de los docentes para que puedan garantizar la protección de la privacidad de los estudiantes).
Los estudiantes, ahora más que nunca, necesitan unos adultos experimentados y bien formados que les ayuden a adquirir las aptitudes del siglo XXI y a saber utilizarlas. Si los que reforman la escuela quieren usar la tecnología para hacer que la educación sea más barata o para privatizarla para que se obtengan beneficios, eso es otro asunto.
¿Qué es lo que usted desea para el futuro del aprendizaje –y qué función desempeña la tecnología?
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.