El Gobierno de Ruanda, a finales del año pasado, tomó la decisión de imponer el inglés como única lengua oficial de la enseñanza y la administración, sin previo debate público ni consulta a los sindicatos de educación. Hasta esa fecha y desde 1996, se utilizaban en la enseñanza el inglés, el kinyarwanda y el francés, las tres lenguas oficiales de Ruanda. La decisión respondió al objetivo de solicitar la adhesión del país a la Commonwealth y cortar lazos con la Organisation internationale de la Francophonie.
El inglés se convirtió en el tercer idioma oficial de Ruanda (junto con el francés y el kinyarwanda) en 1996, tras el regreso de entre 800.000 y 850.000 tutsis refugiados en países limítrofes durante el genocidio de 1994, la mayoría países anglófonos (Uganda, Tanzania), además de Burundi y la República Democrática del Congo. El francés, el kinyarwanda y el inglés conservaron su oficialidad en la nueva Constitución ruandesa aprobada en 2003.
La decisión del gobierno de favorecer el inglés en detrimento de las otras lenguas oficiales se hizo efectiva en el momento de iniciarse el curso escolar en enero de 2009. La enseñanza del inglés se extenderá a todos los ciclos en 2011, restringiéndose el francés a la educación secundaria superior y en número limitado de horas. Ahora bien, como ha dicho Sylvestre Vuguziga, presidente del Syndicat du Personnel de l’Education au Rwanda(SYPERWA):
“El 98% del profesorado del país es francófono, lo mismo que casi todos los miembros del sindicato”. De idéntico modo, entre los docentes ajenos al sindicato pocos son los que dominan el inglés y tienen las habilidades necesarias para dar clase en la lengua de Shakespeare.
Cuando han transcurrido seis meses desde la aplicación de la decisión, el presidente de SYPERWA muestra su preocupación por el impacto de la reforma en la calidad de la educación en Ruanda, ante la necesidad de los docentes francófonos de adquirir un nivel de inglés suficiente para enseñar el idioma. En este sentido, los cursos intensivos de dos meses de duración impartidos a algunos docentes poco antes de la reforma no son suficientes, ni mucho menos.
“Para dominar un idioma con soltura en el día a día, es necesario un aprendizaje de meses, o incluso de años, y un entorno en el que el estudiante no tiene más remedio que utilizar ese idioma. Sin embargo, no ocurre así en Ruanda, donde los docentes francófonos suelen hablar en kinyarwanda mezclado con francés. Es aventurado reducir a un puñado de créditos el aprendizaje de una lengua extranjera para su posterior enseñanza, si se tiene en cuenta que el docente debe ser capaz de emplear las palabras con propiedad y variedad”, agrega Sylvestre. La realidad es que los docentes, sobre los que pende la amenaza de quedarse sin trabajo, se ven en el trance de tener que apañárselas con los escasos recursos disponibles y un material escolar inadecuado.
Esta decisión unilateral del Gobierno ruandés no sólo repercute de manera negativa en la calidad de la educación, sino que probablemente los padres de alumnos francófonos sufran las consecuencias de una reforma que les priva de la posibilidad de guiar y ayudar a sus hijos con los deberes. Esta reforma precipitada ha llegado hasta el extremo de que algunos padres, acomodados, han matriculado a sus hijos en centros escolares ugandeses con clases impartidas por docentes que hablan inglés con fluidez.
Concluye Sylvestre: “Es de esperar que prevalezcan la razón y la lógica, y se ponga en marcha una reforma gradual de la educación. Desgraciadamente, lo deshecho en educación no tiene arreglo, al dejar sentir sus efectos incluso en generaciones posteriores; y es que la cultura se transmite de generación en generación”.