Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana...
Con esta sonora frase empieza el documento más importante en la historia de la lucha de la humanidad por definir su lado más noble y su visión de un futuro mejor.
Este capítulo empezó una tarde de 1948, cuando un profesor de derecho canadiense llamado John Humphrey se reunió con Eleanor Roosevelt, por aquel entonces Primera Dama de Estados Unidos. Mientras tomaban el té, charlaron sobre cómo redactar lo que ella denominaba “la Carta Magna de toda la humanidad”.
Humphrey volvió a su habitación del hotel Lido Beach, en Long Island, y empezó a trabajar en ello día y noche. En apenas una semana escribió el primer borrador de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
“No pretendo haber sido un Thomas Jefferson”, me confesó Humphrey en 1984 en una entrevista desde su despacho de la Universidad McGill, en Montreal. “La declaración no tiene realmente un padre. Pero sí es cierto que incluí muchas cuestiones que me preocupaban especialmente”.
La libertad de prensa, la condición de la mujer y la discriminación racial fueron cuestiones clave del trabajo de Humphrey durante su destacada carrera de 20 años en la ONU. En la Declaración hubo otros redactores que procedían de todas las regiones del mundo y de todas las tradiciones jurídicas y religiosas; sin embargo, a pesar de su modestia, a Humphrey se le considera el autor principal de este magnífico documento que entró en vigor hace 60 años.
La noche del 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En un mundo post-Holocausto, dolorosamente consciente de la atroz capacidad del ser humano de mostrar su crueldad, este acto fue una conmovedora declaración de esperanza y un compromiso común con la paz mundial, la justicia social y la dignidad humana.
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad; y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias…
La Declaración Universal proclama que todos los seres humanos nacen libres e iguales; que todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona; que todos los seres humanos son iguales ante la ley; que, en caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo; que toda persona tiene derecho a una nacionalidad, a la libertad de expresión, de religión, de reunión y a la libre circulación.
La Declaración afirma que nadie podrá ser detenido o arrestado de forma arbitraria, ni sometido a torturas o esclavitud. También consagra, entre otros, el derecho a la educación; el derecho al trabajo y a unas condiciones laborales equitativas y satisfactorias; el derecho a fundar sindicatos y a asociarse; el derecho a un nivel de vida saludable y a la seguridad social, y el derecho al descanso y al tiempo libre.
Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. La primera vez que ahondé en la Declaración Universal fue en calidad de joven periodista que cubría los esfuerzos en aquel entonces del gobierno de mi provincia natal British Columbia (Canadá) para aplicar un “programa de restricciones” que recortaría drásticamente el gasto público, eliminaría la administración pública y paralizaría los sindicatos del sector público. También formaba parte del plan de aquel gobierno socavar la protección de los derechos civiles mediante la supresión de la delegación y la comisión de derechos humanos, eliminando las leyes pertinentes y despidiendo a los miembros del personal que las aplicaron. Durante los posteriores meses de polémica, informar sobre este asunto fue como hacer una especie de curso intensivo sobre activismo en derechos humanos.
Los defensores de los derechos humanos de todo el país alzaron sus voces en una impetuosa condena de la nueva y debilitada Ley de Derechos Humanos, a la que describían como “una ley fascista”, “una farsa”, “una vergüenza” e incluso “una luz verde para racistas e intolerantes”. Todos ellos insistían en que las acciones del gobierno violaban la Declaración Universal, tanto en espíritu como en esencia.
El gobierno afirmaba que la Declaración no era legalmente vinculante, pero los expertos como Humphrey estaban vehementemente en desacuerdo. “Se ha invocado tantas veces, tanto dentro como fuera de la ONU, que se ha convertido en parte del derecho internacional, del derecho consuetudinario de las naciones”, afirmó Humphrey. En este sentido, añadió: “Es un logro mucho mayor de lo que podía haber esperado en 1948” .
Artículo 2: Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición...
A los 60 años de la Declaración, es hora de volver la vista atrás y reflexionar sobre los avances que ha hecho en las últimas seis décadas el movimiento internacional por los derechos humanos. El alcance y la profundidad de las leyes sobre derechos humanos se han ampliado para que incluyan convenciones sobre los derechos de los niños, de los pueblos indígenas y de las personas con discapacidades, así como convenciones contra la tortura, la desaparición forzada y el genocidio.
Los derechos de los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales están actualmente protegidos de una forma inimaginable en 1948. Roosevelt era una ferviente feminista que sin duda habría aprobado la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. La Convención entró en vigor en 1981 y es enérgicamente invocada en todo el mundo por los activistas de los derechos de la mujer.
Sin embargo, más de dos décadas después, la mitad de la población mundial de niñas y mujeres aún se enfrenta una discriminación diaria que perdura a lo largo de toda su vida. Millones de niños desfavorecidos trabajan en condiciones atroces. Los sindicalistas lo arriesgan todo para hacer valer los derechos sindicales. Los docentes cada vez más son objeto de ataques. En todo el mundo aún podemos ver desigualdad, injusticia y repetidas violaciones de los derechos humanos y sindicales.
¿Realmente ha supuesto un cambio positivo la Declaración Universal durante estos últimos 60 años? La mayoría de la gente contestaría que sí Aunque no todos los gobiernos han participado en todos los tratados sobre derechos humanos, todos los países han aceptado la Declaración Universal, que continúa afirmando la dignidad humana inherente y la valía de cada persona en el mundo, sin distinciones de ningún tipo. Y mientras luchamos por crear un futuro más justo, resulta de gran ayuda tener nuestras esperanzas y sueños plasmados ante nosotros de una forma tan poética y convincente que es accesible para todo el mundo. Disponible en 366 idiomas, la Declaración Universal ostenta el Récord Guinness Mundial del documento más traducido.
Un docente caribeño,activista de los derechos humanos, me dijo en una ocasión: “La Declaración Universal es como una oración”. En un mundo globalizado cada día más fracturado por divisiones económicas, culturales y religiosas, es de suma importancia que hagamos hincapié en las cosas que nos unen, que expresan nuestra humanidad y nuestros valores universales comunes.
Por Nancy Knickerbocker
Este articulo fue publicado en Mundos de la Educación, No. 28, Diciembre 2008.