Hace apenas unos meses, ¿quién habría imaginado una educación a escala masiva sin escuelas o un aprendizaje en el hogar y una tutorización a través de plataformas digitales? Y, sin embargo, en la mayoría de los países, durante la pandemia, esa fue la única alternativa para evitar la ausencia absoluta de educación. En ese contexto, los/as “afortunados/as” eran aquellos/as estudiantes que tenían acceso a la tecnología digital, a pesar de que esta situación ampliara la brecha de desigualdades y oportunidades incluso en los países más prósperos. En los países en los que no se disponía de un buen acceso a Internet, las consecuencias del cierre de escuelas fueron particularmente perjudiciales. El grupo de referencia de la Internacional de la Educación sobre el futuro de la profesión docente está trabajando en ese ámbito novedoso y tan singular. Una de sus primeras medidas ha sido redactar y distribuir una encuesta entre las organizaciones miembros.
Cuanto mayor sea la respuesta a la encuesta, más completa será la información obtenida. Las contribuciones que lleguen antes de finales de agosto de 2020 aún podrán ser incluidas. La Internacional de la Educación está trabajando con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre el futuro laboral. Las respuestas a la encuesta también aportarán información a esa investigación y tendrán un impacto en la política de la OIT.
Los peligros, así como las ventajas, que tiene para la profesión docente la introducción de las nuevas tecnologías en la enseñanza han sido objeto de debate durante mucho tiempo. Varios meses antes de la situación de emergencia generada por la COVID-19, el 8.° Congreso Mundial de la Internacional de la Educación, celebrado en julio de 2019 en Bangkok, aprobó una resolución sobre el futuro de la profesión docente que prestaba especial atención a esas cuestiones.
La resolución subrayaba la importancia de que los sindicatos de la educación estén implicados en la introducción y el uso de las nuevas tecnologías para garantizar que se refuerce la función desempeñada por la profesión docente y, por consiguiente, la calidad de la educación, en lugar de debilitarla. El texto afirmaba que “las nuevas tecnologías nunca pueden sustituir a la relación entre docente y estudiante o entre docente y clase. La tecnología debería complementar la docencia, pero no debería sustituirla. Estas tecnologías, que incluyen la inteligencia artificial, no deberían, en ningún caso, poner en peligro la independencia profesional de los/as docentes”.
El secretario general de la IE, David Edwards, dijo: “Las consecuencias de la pandemia para estudiantes, trabajadores/as de la educación y familias han sido enormes. El debate y la resolución del Congreso de Bangkok reconocieron los grandes desafíos que plantean las nuevas tecnologías, incluida la inteligencia artificial, para la educación y definieron los elementos clave de nuestra misión, entre ellos el desarrollo de habilidades de los/as estudiantes tales como la creatividad, la comunicación, la curiosidad, las competencias cívicas y la inteligencia emocional”.
“La pandemia ha obligado a echar una mirada hacia un posible futuro digital de la educación”, reconoció, y añadió que “tenemos que aprovechar sus lecciones, buenas y malas, en nuestro trabajo. Hemos aprendido que, salvo contadas excepciones, no se consultó a los sindicatos de docentes sobre el cierre de las escuelas y muy poco con respecto a su reapertura. Es necesario que los/as profesionales se conviertan en actores clave a la hora de configurar el uso de las tecnologías del aprendizaje y que estas tecnologías no los configuren a ellos/as. No están solamente en juego la profesión docente y la educación, sino también la democracia, la rendición de cuentas y el bien público”.
Para más información, consúltese el artículo sobre la investigación de la mercantilización y la privatización en y de la educación en el contexto de la COVID-19.