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Reparar la infraestructura de la educación pública en medio del colapso, por Sam Sellar.

publicado 22 junio 2020 actualizado 16 diciembre 2020
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Mientras trato de encontrarle sentido a la crisis provocada por la COVID-19, no dejo de acordarme de dos citas bastante conocidas. La primera se atribuye a Lenin, quien, al parecer, al describir la Revolución rusa sostenía: "hay décadas en las que no pasa nada, y semanas en las que pasan décadas".

La segunda suele atribuirse a Churchill, pero seguramente viene de antes: "Nunca desaproveches una buena crisis". Ambos argumentos se refieren al hecho de que el verdadero cambio es poco habitual y que, cada crisis, representa una oportunidad.

En este articulo reflexiono sobre uno de esos cambios, que está teniendo lugar actualmente en la educación: la intensificación de la datificación—de forma que los actores comerciales usan el cierre de las escuelas para promover sus intereses—y el modo en que podríamos responder.

Ben Williamson, investigador de la Universidad de Edimburgo, ha hecho un importante análisis sobre el modo en que las empresas de "tecnologías educativas de emergencia" están utilizando la crisis actual para crear mercados de la pandemia, e integrar sus plataformas como parte de una nueva 'normalidad', al extender el ahora tan común discurso de que la educación está en crisis y la tecnología puede resolverla. ( https://codeactsineducation.wordpress.com).

Durante los últimos meses, hemos llegado a depender de las nuevas tecnologías para enseñar, aprender y reunirnos y, en cuanto a la incorporación y manejo de estas tecnologías, bien podríamos haber visto cambios que, de lo contrario, podían haber tardado décadas. En el proceso, se crean cada vez más oportunidades de almacenamiento de datos personales. Se nos anima a aceptar la necesidad de esta vigilancia digital, de un seguimiento y localización constantes de nuestra actividad, "por nuestro bien"... y el de nuestras familias y comunidades.

Ahora bien, los datos son la fuente de valor más codiciada para las empresas de tecnología. El capitalismo de la vigilancia conlleva el confinamiento de clientes en plataformas que posibilitan lo que Shoshana Zuboff (2019) denomina, rendición: "las prácticas operacionales concretas a través de las cuales se logra la desposesión, ya que la experiencia humana se reclama como materia prima para la datificación y todo lo que le sigue, desde la fabricación, hasta las ventas" (pág. 233 de la versión en inglés).

A medida que utilizamos muchas de las plataformas digitales que encontramos cada día, nuestra experiencia se entrega en datos y nos vemos obligados a rendirnos, a menudo sin darnos cuenta, ante la lógica del capitalismo de la vigilancia. La rendición destruye nuestra intimidad, con la privatización de nuestra información. La crisis actual debería darnos todavía más motivos de preocupación acerca de la confidencialidad de los datos en el ámbito de la educación, conforme las empresas aceleran la implantación de modelos de negocio, basados en la recolección de tantos datos como sea posible de las personas.

Zuboff sugiere tres maneras con las que podemos proteger nuestra privacidad hoy en día: dominación, ocultación e indignación. Podemos tratar de dominar el poder de las empresas tecnológicas por medio de instrumentos jurídicos, como el Reglamento General de Protección de Datos, o podemos intentar ocultarnos de su mirada al desconectarnos de las plataformas y esconder nuestras identidades y actividades.

Sin embargo, las empresas de tecnología grandes y poderosas no se dejan dominar con facilidad, y ocultarse implica aceptar de qué nos ocultamos. Es probable que la pandemia socave aún más ambas estrategias al crear un estado de excepción en el que se nos aliente a dejar de lado las preocupaciones acerca de la confidencialidad de los datos a fin de mantener un "escenario sin cambios", protegernos, y proteger a los demás.

Esto nos provoca indignación.

Una condición importante para la indignación es reconocer que los avances del capitalismo de la vigilancia NO son inevitables. La insatisfacción con las promesas de las grandes empresas tecnológicas y la captura de nuestra experiencia a través de la datificación puede ser instructiva, porque nos enseña "cómo no queremos vivir" (Zuboff 2019, pág. 524 de la versión en inglés).

La crisis actual es un momento especialmente propicio para una lección de este tipo. La rápida proliferación de infraestructuras digitales para el aprendizaje ha ocurrido en el mismo momento en que se ha notado la pérdida de espacios físicos dedicados a la educación. Las escuelas son pilares esenciales de las comunidades, proporcionan una "infraestructura estabilizadora del mundo" (Honig, 2017, pág. 96 de la versión en inglés).

Las escuelas son espacios en los que educamos colectivamente, en lugar de la personalización del aprendizaje que prometen las nuevas tecnologías educacionales. Por lo general, solo nos fijamos en las infraestructuras cuando colapsan, y el cierre de las escuelas ha acaparado la atención en aspectos de la escolarización que anteriormente se daban por hecho.

Cada crisis representa una oportunidad, y casi siempre más de una.

Mientras que la crisis actual abona un terreno fértil para aumentar la privatización de la educación y ampliar los modelos de negocio basándose en extraer datos sobre las personas, también puede enseñarnos cómo no queremos vivir.

Ahora tenemos la oportunidad de denunciar los problemas de la privatización de la educación, en el medio de un clima de cambio de décadas que pasan en semanas, dándonos cuenta de la naturaleza transitoria de lo que, hasta hace poco, parecía sólido. Por consiguiente, la crisis también allana el camino para dejar de tener la sensación de que la desposesión de las experiencias educativas a través de la datificación es inevitable, y para aumentar la indignación ante la rápida erosión de la educación pública.

Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.